Desde el 17 al 20 de septiembre, 32 hermanas, entre ellas apostólicas, estudiantes y contemplativas, participaron del curso de ejercicios espirituales impartido por el padre Emanuel Martelli, provincial del Instituto del Verbo Encarnado en Brasil.

La clara conciencia del valor insustituible de los ejercicios espirituales para la renovación de la vida cristiana, enseñando a superarse y a ordenar la vida según Dios, debe llevarnos a conocerlos en profundidad y a colaborar con su organización y realización, siguiendo el ejemplo de María Antonia de la Paz y Figueroa[2], dicen nuestras Constituciones. Por eso, con gran ánimo y conscientes de la inmensa gracia que es participar de un curso aquello que está enraizado en nuestro carisma y en nuestra vida, que es el espíritu y la práctica de los ejercicios espirituales, participamos en las clases, buscando aumentar en nosotros el deseo de, fieles a las inspiraciones del Espíritu Santo y a lo que propone la divina providencia, propagar, organizar y realizar ejercicios espirituales cuando y donde Dios quiera.

Las clases estuvieron impregnadas de contenido histórico sobre los jesuitas, sobre san Ignacio, la redacción del libro de ejercicios, el contexto histórico en el que fue redactado y aprobado por la Iglesia, y la persecución del mismo[3]. También tuvimos la oportunidad de profundizar en el aspecto pastoral de los mismos, las características de los que se encargan de darlos, los frutos que se esperan, así como sus adaptaciones y bibliografías que pueden servir para darlos y conocerlos mejor.

Durante estos cuatro días, además de los tiempos asignados a las clases, también tuvimos la alegría de momentos de fuerte vida comunitaria, donde hermanas de distintas comunidades pudieron convivir y compartir historias y experiencias, en un ambiente de alegría familiar, asegurándonos de que nadie nos podrá quitar la alegría y la belleza de ser discípulos de Jesus[4]. También tuvimos una secuencia de “buenas noches” que nos animó con ejemplos de la vida de dos personajes que se entregaron con santa audacia y fidelidad a la propagación y realización de los Ejercicios Espirituales: ellos son el San Cura Brochero y la Sierva de Dios María Antonia de la Paz y Figueroa. Su historia nos impulsa a imitarlos, ya que en su dimensión espiritual nuestro Instituto tendrá que afrontar la evangelización de la cultura a través de la santificación individual de las personas y esto se hará, preferentemente, con la ayuda de Ejercicios Espirituales según el método y espíritu de San Ignacio de Loyola[5]. Nos brindó la última “buenas noches” fue dada por nuestra provincial, la Madre Divina Graça, y nos señaló el excelente ejemplo de nuestro padre espiritual, San Juan Pablo II, en relación con los ejercicios espirituales. Él los realizaba prácticamente todos los años. Exponiendo la realidad eclesial de los mismos afirmaba que “en respuesta a la tensión espiritual existente en el mundo, la Iglesia nos ofrece los Ejercicios Espirituales”.

Sabemos de las sedientas e infinitas almas que existen en el mundo y esperan conocer a Cristo, Su Salvador, quien dio la vida por cada una de ellas, y que el amor por tales almas, es decir, el apostolado, aviva y anima la oración[6]. Así, entregamos – cada mañana en la Santa Misa, como centro de nuestros días de curso, y al final del día en la hora de adoración, y también a la Santísima Virgen en el Santo Rosario – todos los frutos de estos días de curso y también las almas que Cristo quiere alcanzar con él, incluso aquellas que ni siquiera conocemos todavía, pero que ya están en Sus amorosos designios.

Que San Ignacio nos eduque en el espíritu de los ejercicios espirituales y que, a través de tan grande apostolado, entreguemos todas las almas a Jesucristo, junto al reinado de María ¡Él reine en todo el mundo!

 

Hna. Maria Virgo Virginum

Juniora de 2ª año

 

[1] San Juan Pablo II (la cita corresponde al título del post)

[2] Constituciones, 105

[3] Padre Ignacio Casanovas, Directorio para la predicación de EE.

[4] Cardenal José Zen Ze-Kiun, El libro rojo de los mártires chinos.

[5] Constituciones, 171

[6] Vita Consecrata, San Juan Pablo II

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