Para todos los días

† Por la Señal de la Santa Cruz…
Acto de Contrición

Señor Jesucristo, que de Creador has venido a hacerte hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así morir por mis pecados, te pido perdón por todas las ofensas cometidas contra tu Sacratísimo Corazón y te suplico la gracia de alcanzar un crecido e intenso dolor y lágrimas de mis muchos pecados. Amén.

Oración a San Ignacio

Glorioso San Ignacio, que nos diste ejemplo admirable de cumplimiento de la voluntad de Dios, y nos has dejado los santos Ejercicios Espirituales como una herramienta valiosísima para ordenar nuestra vida según el beneplácito divino, te pedimos que intercedas por nosotros y nos alcances la gracia de poder vencer nuestros afectos desordenados y así en todo amar y servir a su divina majestad. Amén.

Noveno día: San Ignacio y su amor por “Nuestra Señora” 

El caballero que luchó por vanidades humanas y por puntos de honra, que pasaba en su convalecencia horas “imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora” (Aut. 6) que no era “condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno de estas”, supo sublimar y sobrenaturalizar, con la ayuda de la gracia, ese amor humano, y transformarlo en un firme y tierno amor por Nuestra Señora, como la llamará siempre a la Santísima Virgen María. 

Como ya vimos, Ella fue la que apareciéndosele con el Niño Jesús, le alcanzó la gracia de la pureza triunfal. Ni bien salido de Loyola, hizo su primera parada “para tener una vigilia en nuestra Señora de Aránzazu, para cobrar nuevas fuerzas para su camino” (13); algunos piensan que fue allí donde sucedió lo comenta el P. Laínez “Y porque tenía más miedo de ser vencido en lo que toca a la castidad que en otras cosas, hizo en el camino voto de castidad, y esto a nuestra Señora, a la cual tenía especial devoción”.

Un poco más adelante cobró unos dineros que le debía duque de Nájera “mandándolos repartir en ciertas personas a quienes se sentía obligado, y parte a una imagen de nuestra Señora, que estaba mal concertada, para que se concertase y ornase muy bien” (13). 

Su primer objetivo en el camino fue el santuario de la Moreneta donde “se determinó de velar sus armas toda una noche, sin sentarse ni acostarse, mas a ratos en pie y a ratos de rodillas, delante el altar de nuestra Señora de Monserrate, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo” (18). 

Fue antes de llegar al santuario cuando sucedió aquel conocido episodio entendible en la mentalidad de la época y en un Ignacio todavía no convertido del todo. La providencia, como en tantos otros momentos, vino en auxilio del peregrino y todo terminó bien. El hecho fue que lo alcanzó un moro al “que bien le parecía a él la Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir, quedando virgen, no lo podía creer”, y si bien lo trató de convencer, no dio con ello y el moro se alejó. Indignado Iñigo “pareciéndole que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de nuestra Señora, y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en el combate destos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado a hacer” (15). Sabido es cómo termina el episodio: dejando sueltas las riendas de su mula, esperó que la providencia le dictaminara qué era prudente hacer y, así, “quiso Nuestro Señor” que la mula no tomase el camino más a mano, y fuese por otro, salvándole de hacer un loco desatino. Podemos ver por un lado, como refiere el Santo, “cómo nuestro Señor se había con esta ánima, que aún estaba ciega, aunque con grandes deseos de servirle en todo lo que conociese” y, por otro, el gran amor que tenía a Nuestra Señora, aunque por supuesto con resabios aún de su vida de caballero. 

Volviendo a Monsterrat, dirá el p. Villoslada que, además de vestirse de las armas de Cristo: “Simultáneamente se consagraría con más fervor que nunca a la que había de ser en adelante la única dama de sus pensamientos, la Virgen María. En los momentos de mayor trascendencia de su vida vemos que la Madre de Dios aparece como Madre, como Reina, como Abogada y Protectora del Santo”.

Y para no alargarnos, digamos que quizás no haya habido en la vida de San Ignacio momento que haya preparado con más intensidad de devoción, como su primera Santa Misa, y por supuesto, “ahí” también está presente Nuestra Madre: “Había determinado, después que fuese sacerdote, estar un año sin decir misa, preparándose y rogando a la Virgen que le quisiese poner con su Hijo” (n. 96).

Quien haya hecho Ejercicios Espirituales podrá recordar también cómo en los coloquios más importantes a la primera que nos hace invocar es a la Santísima Virgen “para que me alcance gracia de su Hijo y Señor”, y es que, como en otras tantas cosas, no sólo conocía del poder intercesor de María por la fe, como nosotros, sino también lo había “visto”, como escribe en su Diario:

“Durante la Santa Misa, en la preparación y después”, tuvo la clara visión de nuestra Señora, muy propicia ante el Padre, hasta tal grado, que las oraciones al Padre y al Hijo y en la consagración, no podía sino sentir y verla, como si fuera parte o la puerta, para toda la gracia que sentía en mi corazón”.

No terminemos esta novena sin pedir la gracia de un tierno y profundo amor a Nuestra Madre del Cielo, a imitación de San Ignacio. 

¡Ave María y adelante! ¡y a prepararse para mañana!

Petición de la novena

(aquí se hace la petición que se quiere alcanzar en esta novena por intercesión de San Ignacio)

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Oración final

San Ignacio, que lleno de puro amor por María Santísima recurriste a Ella en los momentos más importantes de tu vida, concédenos amarla de todo corazón y descubrir en Ella la vía más segura para llegar a su Hijo Jesús. Amén.

Letanías a San Ignacio

[TEXTO]    –    [Audio Youtube]    –    [Audio Soundcloud]

 

Video de la vida de San Ignacio

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