Santos con misiones especiales
Santos, en sentido estricto, son todos aquellos que han llegado a la perfección de la caridad –¡a lo que apuntamos!, de los cuales algunos la providencia divina –con la colaboración de la libertad humana– ha querido que sean elevados al honor de los altares.
Y así como cada uno de nosotros es único e irrepetible, cada santo es una “obra maestra” de Dios, también única e irrepetible y, como decía Benedicto XVI, nunca tienen ocaso[1] por ser íconos vivos de Aquel “que es, que era y que vendrá” (Ap 1,8). Al no tener ocaso, el legado de los santos permanece en la historia, así como permanecen ellos intercediendo por nosotros ante el Trono de Dios.
De todos modos, podemos decir que, de la numerosa cantidad de santos canonizados, hay algunos más conocidos que otros, que han influido más en la historia que otros y para lo cual han recibido gracias más particulares que los demás (al menos de esas gracias que “se notan”, es decir, que nosotros hemos podido conocer).
Y si bien estamos en el plano de lo muy opinable, si se me permite agrego que, dentro de este ya grupo selecto que hemos mencionado, hay algunos con misiones más transcendentes aún, en cuanto a la obra y legado que han dejado a la Iglesia. Lo que han hecho ellos en algún sentido es insuperable, es decir, en su hacer han llegado a tal perfección que aunque se podría “actualizar” en algún sentido su obra y en algún punto concreto ver quizás un poco más allá que ellos –como un enano en hombros de un gigante, al decir de Santo Tomás–, en su conjunto, sin embargo, lo que ellos han sido y sobre todo lo que ellos han hecho, no tiene parangón y por tratarse de cosas que tienen que ver con la inmutabilidad de Dios y la verdad, no parece haber manera de que esto cambie hasta la Segunda Venida del Señor, que, dicho sea de paso, no pareciera tan lejana.
Y así, por ejemplo, la obra de Santo Tomás de Aquino –o mejor dicho, lo que ha hecho Dios con él y por medio de él– es, de suyo –y con las aclaraciones ya dadas–, insuperable, irrefutable, inmejorable… ¡ya está! No habrá otro como él y tampoco hace falta…[2] la verdad es una, quien llega a ella la enseña a los demás y los demás tratan de aprovecharse de su enseñanza.
Y por supuesto, ésta ya larga introducción hecha un 31 de julio, día de San Ignacio, en un año jubilar, a 500 años de su conversión, no tiene otro fin que el afirmar de Iñigo de Loyola lo mismo que venimos diciendo: no hay ni habrá un “sistema”, una forma, una manera, un “training” (“entrenamiento”), que ayude tanto a la conversión y santificación de una persona, como los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. No quiero repetir aquí cosas ya dichas[3], sólo recuerdo que el magisterio de la Iglesia los ha recomendado más de 600 veces… no hay nada equivalente en la historia.
San Ignacio y los últimos cinco siglos
Sin coartar en nada nuestra libertad, Dios es el que maneja los hilos de la historia y sabe contraponer a grandes males (herejías, etc.), grandes remedios. Y así, por ejemplo, hasta con ironía el Señor escoge en tiempos de la revolución francesa y en pleno siglo las luces, a un sacerdote, el Santo Cura de Ars, que sin tantas luces y con mucha humildad y celo por las almas revoluciona Francia y alrededores.
Sabido es que hasta con cierta simultaneidad, Martín Lutero tramaba la revolución protestante e Iñigo de Loyola tramaba su conversión. El primero vomitó la mal llamada “reforma” y el segundo con sus Ejercicios Espirituales y la otrora grandiosa Compañía de Jesús, fue no solo la mejor defensa, sino que, fiel a su estilo, San Ignacio y su ejército de “sacerdotes reformados” (así los llamaban) realizó una obra única y trascendental en la evangelización de todo el mundo.
Además de la herejía protestante, el ocaso de la mal llamada “Edad Media” y el humanismo renacentista –con cierta tentación en algunos de enamorarse demasiado de lo puramente humano– hicieron del siglo XVI un momento de cambio muy grande en la historia de la humanidad y San Ignacio fue el elegido por Dios para mantener firme el timón de la Iglesia y de gran parte de la cristiandad. Para eso lo dotó de dones más que singulares, gracias particularísimas que no se encuentran ni antes ni después en la historia de la Iglesia. No ha sido fácil elegir solo nueve aspectos de su multifacética vida para destacar en la novena que hemos terminado ayer, y tampoco ha sido fácil expresar en pocos párrafos todo lo que Dios le concedió y él supo secundar, en dada cada uno de los nueve temas elegidos. Mientras más nos adentramos en su vida, más entendemos las encomiables alabanzas que han proferido, acerca de San Ignacio, grandes personalidades y santos en estos 500 años.
Actualidad y fidelidad
Un 31 de julio de 1556 San Ignacio nació para el Cielo, y es por eso que hoy lo celebramos; pero también, por esas cosas de la providencia, un 31 de julio, esta vez de 1548, fueron aprobados y recomendados por Paulo III los Santos Ejercicios Espirituales.
Exactamente en esta fecha hace 500 años san Ignacio estaba comenzando a leer la vida de Cristo y de los santos que por no haber novelas caballerescas fue lo que le dieron en su Loyola natal. Es decir, estaba comenzado a preguntarse el ya conocido “Si ellos pudieron, ¿por qué yo no?” y comenzando a nacer en su alma un deseo vehemente de imitar a Nuestro Señor. La lógica respuesta que dio a esa pregunta, con un “si ellos pudieron, yo también” –claro está, con la gracia de Dios–, puso en movimiento una de las transformaciones más ruidosas y la más paradigmática de la historia de la Iglesia. ¿Exagero? Sucede que los Ejercicios son, como ya hemos dicho citando al P. Castellani, la historia de su conversión, pero desindividualizada y arquetipada, es decir, algo imposible de pensar antes de que existan, o sea, una obra puramente inspirada por Dios; no olvidemos que “le trataba Dios como maestro a su alumno, enseñándole”.
Ahora bien, salvando las distancias, se me da a pensar que estamos en estos tiempos en una situación parecida –“un poco” más complicada sin duda– que aquella del s. XVI, es decir, en un momento de grandes cambios e incertidumbres y, por tanto, así como los Ejercicios y sus frutos hicieron lo que hicieron en aquel entonces y en lo sucesivo, así también debemos, con algo de urgencia por la hora actual aprovecharnos y “hacer aprovechar a los demás” de esta grandiosa herramienta de conversión y santificación.
Pero tengamos cuidado que los Ejercicios, que ya son un bien de toda la Iglesia, sean fieles a su autor. Enseñaba Pío XII: “Los Ejercicios de San Ignacio serán siempre uno de los medicamentos más eficaces para la regeneración espiritual del mundo y para su recta ordenación, pero con la condición que sigan siendo auténticamente ignacianos»[4].
Hoy en día con el nombre de Ejercicios ignacianos se realizan retiros que no solamente nada tienen de ignacianos sino que nada o muy poco, tienen de católicos o cristianos… ¡así estamos! “Me quedo un día más y pierdo la fe” comentó una señora por ahí, al salir espantada de un supuesto Ejercicio “ignaciano”. No es tan difícil de discernir si lo que estamos recibiendo son o no Ejercicios de San Ignacio, porque, por un lado, conocemos los Evangelios, el Credo y sabemos qué es pecado y, por otro, tenemos fácil acceso al libro de los Ejercicios y, quienes no son fieles al Santo, o no lo citan prácticamente nunca o lo explican de una manera tan tergiversada que basta un poquito de sentido común para darse cuenta que, como Lázaro al cuarto día, algo “huele mal”.
Incluso para conocer a San Ignacio, no cualquier información o video, que pululan en las redes, puede servirnos, porque pasa lo mismo que con los Ejercicios. Para esto tenemos su Autobiografía, una de las primeras de ese estilo en la historia –sino la primera–.
En ambos textos –Ejercicios y Autobiografía– tenemos las reliquias del alma del gran San Ignacio –al decir del P. La Palma–, que ellas, entonces, nos ayuden a discernir y podamos aprovecharnos de esta herramienta, única, irrepetible e inmejorable, que son los Ejercicios.
La Señora de sus ya divinos y puros amores, la Madre, Abogada, Reyna y Protectora de San Ignacio, María Santísima, nos ayude en tan importante tarea y podemos así entender lo que decía el mismo San Ignacio sobre los Ejercicios:
“son todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos”.
Entenderlo nosotros y hacerlo entender a otros muchos…
¡Ave María y adelante!
San Ignacio de Loyola, ¡ruega por nosotros!
[1] Del mensaje de Benedicto XVI a los obispos italianos reunidos en asamblea general, 4 de Noviembre de 2010.
[2] Quizás pueda leerse con provecho: ¿Por qué Santo Tomás?
[3] Por ejemplo aquí: ¿Por qué hacer Ejercicios Espirituales?
[4] Pío XII, Discurso del 24/10/1948.
Y aquí les facilito acceso a dos biografías de San Ignacio, que para muchos son las dos mejores.