Oración

¡Vida de mi vida,
mi sueño adorado,
Mi constante amigo,
Mi divino hermano!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!

 

LECTURA

Hay que aceptar ese misterio. Lo aceptó la Virgen cuando dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y lo que aceptó el Verbo divino apenas conoció la voluntad de su Padre, porque la suya era entregarse en manos del Padre celestial para hacer no solamente lo que le mandara, sino para hacer todos sus deseos. Bastaba una señal de su voluntad para que aquellas almas la siguieran. Vivían para agradar a Dios, y, al aceptar este misterio, se entregaban a la voluntad divina. Claro, como no eran almas oscurecidas por la culpa ni almas que no conocieran los misterios, en sustancia sabían a lo que se entregaban; sabían que entregarse a la voluntad del Padre de aquel modo, era entregarse a una vida de inefables sacrificios, de abnegación total, que tenía que acabar con la muerte en cruz. Pues se entregaron a eso, y se pusieron en las manos de Dios para todo lo que Dios quisiera, para lo que más pluguiera al Señor, para lo que más le agradara. En esa escena tan escondida, aparentemente tan sencilla, hay todo ese abismo de gracia, esa inocencia, esa riqueza de vida interior y ese entregarse a Dios. Y éste es el comienzo de la regeneración del mundo y el camino que emprende Dios para transformarlo, para salvar las almas, para establecer en él la verdad y la santidad; es decir, para hacer florecer el bien y la virtud en la forma que los ha hecho florecer el santo Evangelio.

P. Alfonso Torres

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

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