Oración

¡Niño tan precioso
Dicha del cristiano,
Luzca la sonrisa
De tus labios!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!

 

LECTURA

Pues conviene que advirtamos que el medio más eficaz, lo más que cada uno de nosotros puede hacer para la salvación de las almas, para volver el mundo a Dios y para hacer que la santa Iglesia gobierne los espíritus, lo más que podemos hacer es esto: es empezar a vivir la vida que se nos ofrece en el misterio de la encarnación, que es, en lo escondido, en lo secreto del corazón —como entonces en un valle recatado de Galilea, en un pueblecillo insignificante y desconocido—, renovar el misterio, y renovarlo en lo que a nosotros toca; y renovar el misterio haciendo que nuestra alma sea completamente agradable a Dios, limpia y pura a sus divinos ojos; haciendo que nuestra vida interior sea una vida intensa, todo lo intensa que Dios nos pide y todo lo intensa que tiene derecho a exigir de nosotros el que nos ha dado tantos medios de santificación como todos nosotros hemos recibido; y luego, sobre todo, entregándonos a Dios para que El nos lleve por los caminos que quiera, nos dé las facilidades que quiera, nos ponga en el camino los obstáculos que quiera, nos exija los sacrificios que quiera; en una palabra, entregarnos a Dios para hacer en todo lo que a El más le agrade; no entregándonos a Dios para hacer tal cosa que yo piense o llevar a cabo tal otra empresa que se me ha ocurrido, sino para agradar a Dios en donde El me pone, en las circunstancias en que esté el camino real que es mi vida, para en todo momento hacer su santísima voluntad; lo mismo si me pide, como pidió al Niño Jesús, que se pasara treinta años en la casita de Nazaret trabajando en un oficio humildísimo y que parecía inútil, como era el de carpintero, como si me pide que suba a la cruz a morir entre afrentas, y entre injurias, y entre tormentos; lo mismo si me pide que esté escondido y desconocido durante treinta años en mi hogar, como si me pide que salga a la plaza pública a defender los derechos de la verdad; porque a mí no me interesa estar escondido ni exhibirme, ni me interesa trabajar en oficio humilde ni padecer una tragedia; lo que me interesa es agradar a Dios, y, con tal de que yo haga lo que a Él le agrada, todo lo demás es secundario. Yo me entrego generosamente a su divina voluntad, y me entrego minuto por minuto, hora por hora, día por día, para vivir en esa fidelidad amorosa todo lo que El quiera concederme de vida. Esta es la grande obra y esto es lo más que se puede hacer. Y esta obra que se puede hacer para la salvación del mundo y para el bien de nuestros hermanos…

P. Alfonso Torres

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

 

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