Creo que es la primera vez que para escribir un post fluctúo entre dos polos casi opuestos. Por un lado, pienso que diré una verdad de Perogrullo, y por otro, que estoy cayendo en una especie de puritanismo innecesario –como todo error– que no producirá demasiada simpatía en algún que otro lector, sobre todo coterráneo o de algún otro país donde el fútbol ocupe socialmente el lugar que ocupa en mi querida patria Argentina.

De todos modos, si lo escribo es porque dejo de lado esas impresiones y pienso que algo puedo aportar, y sobre todo pienso que Dios quiere que lo haga, no por una revelación especial sino como todo aquello que a diario hacemos o dejamos de hacer, intentando, aún con nuestras debilidades, no separarnos del querer Divino.

No hablaré de dogmas ni verdades inmutables, por tanto, si el querido lector no está de acuerdo en parte (porque estimo que la tesis de fondo la vamos a compartir), desde ya sepa que puede que tenga razón… yo solo tiro a la palestra del ciberespacio una opinión; en todo caso, al mejor estilo YouTube lo que Ud. vea al respecto, déjelo en los comentarios…

Estas líneas tienen su génesis hace 8 años, cuando se jugó la copa del mundo de fútbol de 2014 en Brasil. Me encontraba predicando Ejercicios Espirituales de mes en Manizales, Colombia, a un grupo de seminaristas, y si bien no podía ver todos los partidos en vivo, iba siguiendo los resultados, viendo los resúmenes, etc. y asombrándome en cierta manera de la indiferencia –a nivel sensible y en el mejor sentido ignaciano– de los resultados que se iban dando. Pensaba que ya estaba un poco más «grande», y siendo sacerdote y religioso, claro, estaba bien que ya fuese un poco más indiferente a esos temas…

Pero todo cambió cuando casi terminando la prórroga de la final, Alemania metió el gol que le dio la victoria sobre el equipo argentino… solamente atiné a levantarme de la silla –dando por perdido el partido– e ir a la iglesia a rezar… ¿por qué? Porque me invadió una tristeza tal que no podía creer que pudiera estar así de triste por un partido de fútbol… sinceramente, no me entraba en la cabeza –aunque sí, y por demás, en el corazón– semejante desproporción…

No era tan difícil reconocer un desorden… de ahí en más he tratado, no sin esfuerzo, de poner menos los ojos –si ellos no ven, el corazón no siente– en el endiosado futbol. Y con esa palabrita en cursivas empieza mi reflexión… ¿Por qué suscita semejante pasión el deporte y sobre todo el fútbol a nivel mundial? Es cierto que hay países y países, pero en general hay una exacerbación al respecto que un poco unifica el globo terráqueo.

En un excelente artículo del P. Calos Biestro titulado «Un pueblo sin templo»[1] afirma:

«Sucede que en la Argentina, al igual que en casi todo el mundo, la Vida Pública se divorció de la fe como resultado del triunfo del Liberalismo (Rivadavia, Sarmiento, Mitre, Roca, etc.). El Liberalismo cede a la tentación pagana “que tiende a relegar la Religión al Templo y a Absolutizar el Estado fuera del Templo”[2]. “Hay que dar al César lo que es del César… y todo es del César” (Clemenceau).

Como el ejemplo de la Autoridad y las normas legales tienen gran influjo en la conducta de los particulares, se produjo un descenso de la fe[3]. Pero el pueblo no cayó simplemente en el Ateísmo porque “el hombre continúa siendo teólogo aun cuando ha dejado de creer en Dios” (Chesterton): la religiosidad arraiga en lo más hondo del alma, y no desaparece, aunque sí puede sufrir una retorsión. Así la gente comenzó a buscar creencias de reemplazo, y a expresar su religiosidad en templos donde no se da culto al Dios verdadero. Consideraremos varios fenómenos sociales que presentan un carácter sumamente extraño y en definitiva muestran que la raíz más honda de la crisis argentina».

Uno de esos templos de reemplazo que cita el P. Biestro es el estadio, es decir, el deporte «porque el deporte es una figura de aquellas actividades en las que el hombre se juega entero: la guerra y, sobre todo, la religión». Y lo vemos con evidencia patética… leyendo periódicos argentinos estos días, fue muy fácil encontrar frases como «La selección de Messi ganó la mejor final de la historia y se compró un lugar en el cielo del fútbol»[4]; «Lionel Messi alcanzó la eternidad», «El 18 de diciembre de 2022 en Doha Lionel Andrés Messi alcanzó la inmortalidad», «No hay exageraciones con Messi. Es al revés. Todo lo que se diga o se escriba sobre Leo quedará corto». Esta última expresión me evocó aquel «nunquam satis»[5] que se aplica a María Santísima, que hasta me da cierto no se qué escribir su nombre en el mismo párrafo donde se endiosa de ese modo lo humano.

«Tal mezcla turbia de lo deportivo y lo religioso es extrema en el fútbol» –comenta el P. Biestro y sigue con esta cita–:

“Se han comparado los estadios con santuarios, y existe mucha afinidad entre la pasión por el fútbol y la Religión. Hay, en efecto, un espacio consagrado (el césped), oficiantes (los jugadores), feligreses con una gestualidad codificada similar a la liturgia y toda una serie de actitudes mágico-religiosas”[6]».

Volviendo al periódico, también alcancé a ver una imagen de Messi presentado como el Sagrado Corazón de Jesús (otra vez me tiembla el pulso para mezclar estas cosas…). Y si uno se pusiera a buscar seguramente encontraría mucho más… Algo escuché de la canción que han cantado en el mundial, de que Maradona intercede desde el cielo… es bueno que quede en el pueblo algún resabio de vida eterna, pero… pobre Diego… Dios quiera que se haya salvado.

Por supuesto que de esta situación ninguna culpa tiene Messi que ha afirmado que no le gusta que le llamen «Dios» (sí, hasta a eso se ha llegado…) porque sabe que sus talentos los ha recibido de Él. Tampoco le quito mérito al mismo Messi ni al resto de los deportistas que con mucha disciplina y esfuerzo llegan a esas metas. Incluso a veces son sometidos a «un orden antihumano que atrapa la vida de las personas cuando la sociedad apostata de la Luz»[7].

Aquí el problema no es de ellos sino nuestro, y cuando digo nuestro no me refiero a las personas que efectivamente han puesto en el deporte –fútbol en este caso[8]– su objetivo y su corazón hasta el punto de que ocupe el lugar de Dios y, por tanto, cometen verdaderos pecados[9] contra el primer mandamiento o conta el tercero –ya que en lugar de la Santa Misa van al estadio–, sino que con nuestro hago referencia a los que tenemos fe y no ponemos ningún deporte por encima de nuestra relación con Dios. No lo ponemos al menos en cuanto pueda ser pecado mortal –de eso, no hay duda– pero de pecado venial o imperfección/desorden… ¿estamos bien seguros de ser ajenos?

Es decir, si pasamos aquella medida de precisión exacta –al decir de San Alberto Hurtado– que es el «tanto cuanto» de los Ejercicios ignacianos[10], ¿nos da realmente la medida justa?

Y aquí, antes de hacer algunas aplicaciones prácticas vuelvo a aclarar –si es que lo hice– que no estoy afirmando que tenga de suyo algo desordenado ver fútbol –o cualquier deporte–, ni alegrarse por una victoria, ni entristecerse con una derrota… lo que sucede es que somos hijos de nuestro tiempo y, por tanto, me parece que cabe examinarse si realmente no se nos ha colado algo del endiosamiento en el modo en que lo vivimos. Y menos mal que ganamos la final sino todo esto caería aún más antipático a mis compatriotas (ya que dudo que algún francoparlante lea estas líneas…).

De paso: si alguno ha llegado a leer hasta aquí y no le atrae el fútbol de ese modo –cosa bastante común– podrá aplicarlo a cualquier otra realidad u actividad que sí le lleve el corazón…

Volviendo, entonces, al «tanto cuanto», podemos considerar por un lado algo más «material», como es el tiempo dedicado: ¿realmente todo el tiempo dedicado a ver futbol en este mundial ha sido «ordenado»? Porque a veces no alcanza con ver los partidos, sino que hay que ver los resúmenes, comentarios, etc. Y estoy dando por hecho que el partido hay que verlo ¡sin duda! Pero ¿acaso esa premisa así, sin dudar ni poder dudar, no es un resabio de la inversión de valores en que vivimos? Si no le cae simpática la pregunta, querido lector, sepa que lo entiendo… hace años conozco un sacerdote que se sabía que no veía nada de fútbol (y le había gustado mucho en sus tiempos) y me costaba mucho entenderlo… También algún laico podrá decir «será cosa de curas/religiosos preguntarse algo así…», pero yo no lo creo tanto, aunque sí es cierto que nos toca más de cerca a nosotros.

Y ¿el tiempo dedicado a hablar de fútbol? ¿No vamos a ser juzgados acaso por cada palabra ociosa? ¡¡¿Qué? ¿No se puede hablar de fútbol?!! No, claro que no afirmo eso, solo que si todo el tiempo hablo de futbol… estéee… bue, quizás se pueda mejorar un poco… ¿no?. Si en televisión se ocupara un 10% del tiempo que se dedica a «filosofar» sobre el futbol a hacerlo acerca de la verdad, es decir, buscando la sabiduría, el mundo no estaría como está… ¡¡¿¿Tanto se puede decir o discutir sobre una pelota que tiene que entrar bajo 3 palos??!! ¡¡Por el amor de Dios!!

Pero más allá del tiempo que se puede dedicar, algo más delicado aún me parece que está en lo referente a las pasiones/sentimientos que suscitan este tipo de cosas. Me pregunto si es ordenado alegrarse o entristecerse tanto por algo así… En aquella oportunidad que les comentaba, en la iglesia en Colombia, pensaba que esa tristeza que sentía tenía que ser por mis pecados o por los dolores del Señor en la Cruz… ¡no por un partido de fútbol!

Realmente me cuesta pensar que el hecho de que algo tan meramente humano nos alegre o nos entristezca tanto, no vaya en desmedro de los sentimientos que tenemos que tener a las cosas divinas. Y, por tanto, que para educarnos en lo que a eso respecta, y sublimar los sentimientos, debemos procurar ordenar esta «parte» de nuestro hacer y sentir. Porque, seamos sinceros, no podemos amar a Dios con un amor puramente espiritual, sin que entre en juego para nada la parte afectiva-sentimental; somos seres humanos, cuerpo y alma… Santo Tomás dice que cuando el acto de la voluntad es firme, suscita los sentimientos correspondientes; y con respecto a la oración, se cuenta de San Ignacio:

«El Padre, enterado de la enfermedad del Papa Julio, hizo oración por él; pero dice que no podía hallar devoción; y que después la halló, buscando y descubriendo muchas razones para ello, a saber, para pedir que viviera, etc.

Parece que el Padre se mueve por la razón en todas las cosas y que el afecto y la devoción van siempre detrás; y ésta es la regla que guarda en todas las cosas y la misma que da a otros; y dice que ésta es la diferencia que tienen los hombres con los otros animales. Y esto es lo más señalado, o una de las cosas más señaladas del Padre»[11].

A lo que voy es que debemos tender a tener siempre un mayor dominio de nuestros afectos, procurando que la gracia los divinice más y más aún, para lo cual, repito, no me parece ayude desear tanto una cosa meramente humana, sino más acertado parece esto otro de San Francisco de Sales: «Quiero pocas cosas, y las que quiero, las quiero poco. Apenas tengo deseos y si volviera a nacer, quisiera no tener ninguno»[12]. ¿Era abúlico el Santo? ¡Claro que no! Lo que tenía que ver con Dios lo quería entrañablemente… de todo lo demás, podía decir con San Pablo: «Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,7-8).

Valga también citar aquí al gran San Agustín, traído a colación por otro grande, Santo Tomás: «venenum caritatis est cupiditas, perfectio nulla cupiditas»[13], que traducido sería: «el veneno de la caridad es el deseo; su perfección, la ausencia de deseo». Sí, sí, uno podría traducir «el deseo desordenado» pero literalmente no dice eso y fácilmente podemos descartar algunos deseos de la lista por creerlos ordenados.

¿Puedo hablar –o como sacerdote predicar– con mayor pasión de fútbol que de las cosas de Dios? ¿Me alegro más –en caso de ser argentino– de que salimos campeones que de la Navidad que se acerca? ¿Puse más medios para prepararme para el partido (o los partidos) que para la Santa Misa? ¿Me entristece más una derrota futbolística que un pecado o que verlo al Señor en la Cruz?… y podríamos seguir… Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, creo que hay algo que mejorar, ¿no?… si exagero, sepan disculparme y espero vuestros comentarios, pero por lo pronto no puedo verlo de otra manera (y a mi es al primero que me lo predico, obviamente).

He tratado de imaginarme un santo alegrarse tanto de cosas tan humanas y no he podido. Por ejemplo a San Ignacio que aquí en Manresa –y seguro que después también– «nunca decía ni hablaba en sus conversaciones sino de cosas de Nuestro Señor»[14], y por tanto era lo único que tenía en su corazón, no puedo imaginármelo así… Y lo mismo con otros santos, religiosos o laicos… Es más, los que son de épocas pasadas estimo que no tenían cosas humanas que atrajeran tanto, al menos de modo tan universal, como lo es hoy el fútbol… en esos tiempos había más fe.

Creo que era a Eva Lavalliere, esa famosa actriz del siglo pasado, a quien le preguntaron «¿Por qué los curas no hacen llorar a la gente y los actores sí?» Y respondió quizás con algo de burla –aún no se había convertido– pero con quizás con no poca verdad: «porque los curas hablan de cosas verdaderas y reales como si no fuesen tales, y los actores interpretamos cosas no reales como si fuesen verdaderas». Creo que en mucho de esto influye lo que venimos diciendo… cuánto hay de corazón en nuestra fe.

Que Nuestra Madre Santísima, el corazón más puro, nunca jamás habido ni por haber, de sentimientos tan celestiales –y no por eso menos humanos– que no podemos ni imaginar, nos ayude a compartir cada día más los sentimientos de Cristo Jesús –que son también los suyos– y en estas Navidades podamos alegrarnos entrañablemente de ver a Dios en pañales sobre un pesebre y aun en medio de la paz que nos viene a traer, también entristecernos por ser tan débiles y apegados a las creaturas, que no podamos darle todavía todo el amor que deberíamos.

 

P. Gustavo Lombardo, IVE


[1] Revista Gladius, nº 56, año 2003. Las negritas de la cita son nuestras.

[2] Castellani, El Apocalipsis de San Juan, México, Ed. Jus, 1967, pp 45 y 498.

[3] En realidad, la victoria del Liberalismo fue consecuencia del previo entibiamiento de la fe, pero este proceso de decadencia religiosa, que permitió a “la Religión de la Libertad” alzarse con el triunfo, no es considerado en el presente trabajo.

[4] Todas las citas tomadas de «La Nación» en su edición digital del 19/12/2022.

[5] Literalmente «Acerca de María, nunca es suficiente (o demasiado)» Expresión acuñada por la mariología para afirmar que nunca se predicará, escribirá, ponderará demasiado a la más divinas de las creaciones de Dios, que es su Madre Santísima.

[6] Reportaje al antropólogo francés Christian Bromberger, en Clarín, 27-VIII-00, p. 26.

[7] Carlos Biestro, ibid….

[8] Podría ser otro, claro está. Recuerdo hace 2 años cuando un sacerdote amigo en USA me llevó a ver jugar a los Phoenix Suns –equipo de básquet de la NBA– y ante ese espectáculo -muy divertido, por cierto, no solo el partido en sí sino todo lo demás que hacen en los entretiempos, etc.– me dijo con mucho tino: «esto es lo que reemplaza la liturgia dominical para mucha gente…» (¡cuánta razón!)

[9] Al menos materialmente pecados; o sea objetivamente hablando, y que no me meto en la conciencia de cada uno… uff… qué de aclaraciones que hay que hacer en estos tiempos de sensibilidades extremas…

[10] Por si alguno no sabe a qué me estoy refiriendo, se trata de la tercera parte del «Principio y Fundamento» de los Ejercicios Espirituales, donde San Ignacio de Loyola, luego de dejar claro que el fin para el que existimos es Dios y las criaturas son medios, afirma: «de donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden» (Ejercicios, 23). Un comentario al respecto, puede verse aquí: https://youtu.be/NnfyZvfZ62E

[11] L. G. da Câmara (S.I.), Recuerdos ignacianos: memorial de Luis Gonçalves da Câmara, ed. B. Hernández Montes (S.I.), Editorial SAL TERRAE 1992, 208. Las negritas son nuestras.

[12] San Francisco de Sales, En las fuentes de la alegría, cap. 6

[13] San Agustín, Octoginta trium Quaest. 4; en: Suma Teológica, II-II Q184, a2.

[14] J. Calveras (S.J.), San Ignacio en Montserrat y Manresa a través de los procesos de canonización, ELR Ediciones, Barcelona 1956, 131.

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