Oración
Prosternado en tierra
Te tiendo los brazos
Y aun más que mis frases
Te dice mi llanto!
Ven Salvador nuestro,
Por quien suspiramos,
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
LECTURA
La vida interior rebosa en el misterio de la encarnación. Fíjense en que la Virgen Santísima es llamada por el ángel la llena de gracia. Fíjense, además, en esto: que en un alma que está llena de gracia y obra conforme a la gracia, y, por consiguiente, guiada y encendida por el amor de Dios, va creciendo su hermosura, su santidad… Esa alma vuela en los caminos de Dios y cada momento se encuentra más alta de lo que estaba en el momento precedente. ¿Quién es capaz de escudriñar la riqueza de todas las virtudes que había en el alma de Nuestra Señora? Nosotros sabemos que era inmaculada; por consiguiente, que nunca había habido en ella mancha de pecado. Sabemos que, como consecuencia de eso, jamás había cometido, ni habría de cometer, no digo un pecado venial, sino ni siquiera imperfección. Sabemos, además, que se había consagrado a Dios desde sus más tiernos años. Sabemos que había vivido una vida sólo para Dios. Pero todo esto no es más que huellas y rastros de la santidad casi infinita que había en aquella alma única y excepcional, el alma más santa de toda la creación. Y si esto decimos de la vida interior que había en el alma de la Virgen Santísima, ¿qué hemos de decir de la vida interior que había en el alma de Cristo Nuestro Señor? Por grande que sea la santidad de la Virgen, siempre es una cosa pequeña en comparación de la santidad de Cristo. Y, por llena que ella estuviera de gracia, siempre es mucho mayor la plenitud que tenía el alma de Cristo. Y, por perfectas que en ella fueran las virtudes, mucho más perfectas eran en el corazón divino de Jesús. De modo que el misterio que se desarrolla en lo escondido, según hemos dicho, es un misterio de inocencia y es un misterio de vida divina fecundísima.
P. Alfonso Torres
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo