¿En qué pueden relacionarse la cruz, el dolor, el sufrimiento, con la razón, el pensar, el entendimiento? ¿Hay puntos de encuentro? Creo encontrar más de uno, pero quería destacar un aspecto sobre todo: aquel que nos habla de cómo la razón puede ser “crucificante”.
Santo Tomás dirá que “la misma luz de la razón natural es cierta participación de la luz divina”[1]. De acuerdo a la formación que tenga el lector, podrá ver en esta afirmación cierta lógica con lo primero que afirmamos, o todo lo contario. O sea, algo que te hace participar de la luz divina ¿puede crucificarte? Si tu idea de Dios –y de la espiritualidad en general– tiene ciertos visos de Nueva Era o se encuentra bastante a distancia del Jesús verdadero, entonces decir “Dios” –y todo lo que se le relaciona– será decir “no-sufrimiento”. “Si vosotros adoráis a un Dios crucificado, ¡este no puede ser más que un demonio!”[2], fue la respuesta del gurú Maharishi Mahesh Yogui, fundador del movimiento “Meditación Trascendental”, a unos jóvenes creyentes en Alemania, al final de una conferencia, cuando lo tomaron aparte para hablarle de la salvación mediante la cruz de Cristo.
Si, por el contrario, con las luchas que todos tenemos a diario para vivir lo que creemos, tu Dios es el Dios de Jesús y Jesús para ti es el verdadero –no el que se inventa cada cual según le pinta–, entonces, decir que algo participa de alguna manera de Dios, tendría que dar lugar a pensar que puede participar de aquello que ese Dios ha querido para su Hijo encarnado y lo que ese Hijo encarnado ha querido para sus discípulos: la cruz.
Pido disculpas por el comienzo un tanto retorcido y con aclaraciones quizás no tan necesarias. Por un trabajo que tuve que hacer en este verano (aquí en Europa ahora estamos en otoño) me he dado a la lectura de algunos libros de “espiritualidad”, incluso “católicos” (algunos de ministros de la iglesia) que presentan un Dios tan absolutamente distinto del verdadero que nos presentan las Escrituras y un Jesús tan inventado por sus imaginaciones exaltadas, que bueno… así he quedado, temiendo que algún lector tenga ciertas influencias por el estilo.
Pero volvamos a la materia: la razón nos puede crucificar y en muchos casos si no avanzamos en la vida espiritual es porque no la usamos correctamente, evitando justamente la cruz que esto implicaría.
La razón, la inteligencia, esa facultad que poseemos por tener un alma espiritual y que nos hace imagen y semejanza de Dios, es algo grandioso –ya dijimos, participa de la luz divina–, hasta tal punto que el Angélico va a decir que “es muy cierto que nada subsistente es mayor a la mente racional, sino solo Dios”[3]. Y si bien el pecado original –y los demás pecados– involucran a todo el hombre –incluida, por supuesto la razón–, y, por tanto, todo el hombre –cuerpo y alma, razón y sentimientos– han quedado heridos por el pecado –lo que tradicionalmente se llama fomes peccati–, sin embargo, una vez que una persona se decide a volver a Dios, es decir, desde sus potencias superiores –no sin el auxilio de la gracia– se convierte (conversión = metanoia = cambio de mente) y se ordena, le queda la ardua y fatigosa tarea de ordenar sus potencias inferiores, es decir, el constante esfuerzo de que los sentimientos (o las pasiones en general) obedezcan a la razón.
Es por esto que cuando nuestro Señor dice que quien quiere ser su discípulo tiene que negarse a sí mismo y tomar la cruz (Mt 16,24), de algún modo nos está diciendo que para seguirlo hay que aprender a obrar según la razón (iluminada por la fe, claro está), mortificando nuestro “mundo” sensible inferior.
Que esa mortificación produce virtud y la virtud hace los actos –incluso las renuncias y las cruces– fáciles, ágiles y deleitables; que también hay que aprender a sublimar los afectos, aplicándolos a realidades más altas; que el Santo tiene incluso un caudal de afectos mayor a los nuestros, etc., etc. todo es muy cierto, pero no quita en absoluto –es más lo pide necesariamente– que se comience con la mortificación de las pasiones y sentimientos, que no es otra cosa que obrar según la recta razón, puesto que, como dirá el Aquinate, dado que el pecado es algo desordenado, “el orden debido es que el apetito [las pasiones] se sometan al orden de la razón. Es la razón la que indica qué cosas hay que evitar y cuáles buscar/alcanzar”[4], y para decirlo más claro y conciso, 16 veces en la Suma Teológica afirmará: “el bien del hombre consiste en obrar según la razón”[5] (literalmente dice “ser” –“esse”– según razón).
Por su parte ¿qué busca San Ignacio en los Ejercicios Espirituales? No otra cosa que la que venimos diciendo, puesto que vencerse a sí mismo sin dejarse llevar por ningún afecto desordenado es claramente obrar según la razón. Todo el magnífico “sistema” que son los Ejercicios, esa perfecta y divina “estructura”, con esa exquisita fineza psicológica y espiritual y con la perfectísima trabazón de sus partes, todo eso que se contiene en el áureo libro, no tiene otro objetivo último que el hombre “obre según la razón”. ¿Por qué? Y aquí quienes no conozcan los Ejercicios no me podrán seguir tan fácilmente pero bueno, perdón, tómenlo como una invitación a hacerlos (en breve comenzamos una tanda en línea[6]); ¿por qué, decíamos, son los Ejercicios una clarísima invitación a obrar según la razón?
- Porque no es razonable que pongamos otra cosa como fin para nuestra vida que no sea Dios mismo, Bien supremo y Fin último por quien y para quien hemos sido creados. Y, por tanto, deja fuera la lógica quien, en algún aspecto de su vida, ya sea grande o pequeño, ya lo lleve a pecado mortal o lo mantenga en la tibieza propia de quien toma como juego el pecado venial deliberado, pone una creatura –cosa, persona, actividad, idea, etc.– antes que Dios, no siendo realmente indiferente, es decir, no logrando que la facultad intelectiva pueda obrar sin ataduras [Principio y Fundamento, EE 23].
- Porque es muy razonable reconocer que hemos pecado, que nuestras operaciones son desordenadas, que hemos dado las espaldas a Dios. Que esta vida termina –“piensa en tus postrimerías y no pecarás”– y que si nos encuentra la muerte rechazando a Dios por el afecto al pecado, nuestra eternidad será un constante rechinar de dientes, como lo dice con una claridad que asusta el divino Maestro en el evangelio. Y es también usar excelentemente la razón sacar una consecuencia más que lógica a todo esto, que por otro lado ya nos la ha indicado el Señor pero que nos cuesta horrores ponerla en práctica: que tenemos que estar dispuestos a perder ojos y manos antes que pecar; es decir, que debemos llegar a un verdadero propósito de enmienda… ¡cuánta tibieza en esto! ¡cuántas confesiones hechas a medias! ¡¡¡qué falta de lógica!!!… [Primera Semana, EE 45ss].
- Dado que Dios se hizo hombre, sería de lo más irracional no fijar los ojos en Él (cf. Heb 12,1) y hacer todo lo posible (e imposible…) por conocerlo, amarlo, imitarlo y seguirlo. En la Segunda Semana de los Ejercicios [91ss] San Ignacio nos presenta la adorable Persona del Señor y nos invita una y otra y otra vez a pedir y suplicar un “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” [104]. La Verdad se encarnó… quien se niega a conocer y amar al Señor Jesús traspasa de parte a parte, con el cuchillo de la necedad, su inteligencia, que no está hecha sino justamente para conocer la verdad. De ahí que dirá el apóstol de las gentes que todo lo tenía por basura con tal de conocer a Jesucristo (cf. Fil 3,8) y “si alguno no ama al Señor, que sea anatema” (1Co 16,22).
- Claro que si el Dios encarnado, Jesús de Nazaret, no hubiera muerto en la cruz, lo que decía el yogui Marishi tendría cierta lógica y habría que evitar el sufrimiento a todo costa –sin caer en pecado, claro está, que también es irracional–; pero dado que Jesucristo, el Señor, no solo murió en la cruz sino que vino al mundo para eso, no tener la cruz, el sufrir, el padecer y el morir como un objetivo natural, lógico, deducible, en la espiritualidad de un cristiano, es más ilógico que decir que 2+2 son 5. ¡Claro que nos cuesta! Pero eso no cambia nada… Y justamente para ayudarnos a abrazar la cruz es que el Santo de Loyola nos presenta en la Tercera Semana de los Ejercicios [190ss] al Señor en su pasión y muerte y nos invita a contemplarlo y “demandar lo que quiero; será aquí dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión” [193], buscando descubrir “qué debo yo hacer y padecer por él” [197].
- Halaga a la sensibilidad y así seduce las mentes presentar un Jesús resucitado evitando aquello previo a su resurrección: su muerte. Y esto es evidentemente tan irracional como se muestra a todas luces, porque si alguien resucitó es porque primero murió… y así es como se debe presentar al Señor, no solo en orden cronológico –aunque también– sino en orden de prioridad: primero su pasión y luego su resurrección. Y así lo hace San Ignacio, dejándonos para el final, para la Cuarta Semana [218ss] contemplar los misterios gloriosos del Señor y “pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” [221].
- Y en todo el proceso de las Cuatro Semanas de los Ejercicios San Ignacio busca que nuestra razón “aprehenda”, es decir, aferre, aprisione, haga propia, lo que llama Santo Tomás “la verdad de la vida”, que no es otra cosa que el hombre “en lo que dice y en lo que hace se muestra tal cual es”[7], es decir, tal cual es en el intelecto divino, donde radica la verdad suma, siendo Dios la misma Verdad. En definitiva, lo que Ignacio de Loyola busca y produce con los santos Ejercicios es que hagamos quizás el acto más transcendental que nuestra racionalidad puede realizar en la presente vida terrena: conocer y decidirse a hacer la voluntad de Dios, que así expresará el Angélico Doctor: “«verdad de la vida» se dice particularmente del hombre que en su vida cumple aquello a lo que está ordenado por el intelecto divino”[8].
Alguien ha escrito que siempre ha sido una gran verdad lo enseñado por Santo Tomás de Aquino: “…son más los hombres que se guían por los sentidos que los que se guían por la razón”[9], pero, ¡cuánto más lo es en estos tiempos! Esta es una de las principales razones por la cual uno se puede encontrar con algunos que no quieran bien al genio de San Ignacio.
Este post buscaba sobre todo mostrar esa “razón crucificante” en la vida del autor de los Ejercicios, pero ya me ha quedado de una extensión considerable como para darlo por terminado. Seguiré en el próximo con lo que me proponía, de paso evitaré así que pase tanto tiempo sin postear algo, en lo cual quizás no me he dejado guiar por la recta razón…
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La más santa de las creaturas es también, claro está, la que mejor y más perfectamente ha hecho uso de su razón; eso la llevó a hacer algo tan racional como aceptar ser Madre de un Dios encarnado, cosa que no pierde racionalidad –sino todo lo contrario– si eso conlleva ser Madre de un Crucificado.
P Gustavo Lombrado, IVE
[1] “Ipsum lumen naturale rationis participatio quaedam est divini luminis”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, Iª q. 12 a. 11 ad 3.
[2] J. M. Verlinde, La experiencia prohibida. Del ashram a un monasterio, Colección «La otra mirada», Fonte-Monte Carmelo, Burgos 20172a, 122.
[3] “Sed verum est quod nihil subsistens est maius mente rationali, nisi Deus”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, Iª q. 16 a. 6 ad 1.
[4] “Est autem hic debitus ordo, ut appetitus regimini rationis subdatur. Ratio autem dictat aliqua esse fugienda, et aliqua esse prosequenda”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIª-IIae, q. 125 a. 1 co.
[5] “Bonum autem hominis est secundum rationem esse”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIª-IIae, q. 123 a. 1 co.
[6] Aparecerá en el home de www.ejerciciosespirituales.org
[7] “Homo in dictis et factis ostendit se ut est”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, Iª q. 16 a. 4 ad 3.
[8] “Veritas autem vitae dicitur particulariter, secundum quod homo in vita sua implet illud ad quod ordinatur per intellectum divinum”.
[9] S. Th., I, 49, 3, ad 5.