No pretendemos, en este breve escrito[1], exponer lo provechoso que es dedicar un tiempo de nuestra vida a la oración y al retiro, sino el demostrar cuán preeminente es la ubicación, que entre los demás tipos de retiro, tienen los Ejercicios Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola. Tanto es así que, aunque los coloquemos dentro del género de los “retiros”, por su particular método estrictamente hablando conforman, dentro de éstos, un género propio.

Si bien mucho puede decirse en esta materia, sin embargo valga a nuestro propósito el echar un vistazo acerca de cuatro cosas:

 1- Autoría de los Ejercicios Espirituales

Ya es sabido que el autor de los Ejercicios Espirituales es San Ignacio de Loyola, lo cual no es decir poca cosa. Se trata de un gran Santo del siglo de oro español y fundador de una de las más grandes órdenes religiosas que ha otorgado a la Iglesia innumerables frutos, como es la Compañía de Jesús. Baste para demostrar la influencia de este Santo, la frase que sobre él dijo un protestante, Lord Macaulay “es el hombre que más ha influido en nuestros tiempos dentro de la Iglesia”[2].

Pero así y todo, si alguien conociese a fondo los Ejercicios Espirituales y los extraordinarios frutos que han ido obrando en la historia, con el auxilio de la fe deduciría que tal eficiencia supera las capacidades de un hombre, aun siendo este San Ignacio de Loyola. El papel excepcional que dentro de la misma Iglesia han ido y siguen desempeñando, junto con la ignorancia literaria de San Ignacio y su escasísima formación intelectual en el momento en que compuso este libro, llamado “admirable” por la misma Iglesia[3], unido a los testimonios de contemporáneos del Santo, como el de los PP. Jesuitas Polanco y Nadal, han hecho que siempre se hayan mirado en la Compañía los Ejercicios –para expresarnos con el P. Astráin- “como un don singularísimo y enteramente sobrenatural hecho por Dios a nuestro Santo Padre”[4].

El P. Polanco dice que en Manresa, donde escribió la mayor parte del libro, Dios “enseñó” a Ignacio los ejercicios[5]. San Ignacio mismo en su Autobiografía, hablando en general de las grandes consolaciones e ilustraciones sobrenaturales tenidas en Manresa, escribe que “en este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole…, y siempre ha juzgado que Dios le trataba desta manera; antes si dudase en esto, pensaría ofender a su divina majestad”[6].

Y como para resumir los numerosos testimonios sobre esta materia, transcribo la conclusión de un historiador del siglo pasado, nada fácil en admitir cosas extraordinarias, el P. Dudon:

“Sin duda sin particular asistencia de Dios, no hubiera podido escribir este libro. Es una observación de la bula de canonización. Es también algo evidente. Esta asistencia de Dios se prolongó después de Manresa para las adiciones y retoques hechos a las hojas primitivas… El favor singular que hizo Dios en Manresa al peregrino fue el de realzar de golpe su facultad natural de comprender, de darle una inteligencia superior de la vida espiritual, que le permitió el discernimiento de espíritus y también el ordenar sintéticamente un cierto número de verdades; verdades generadoras de la más generosa conducta cristiana. De ahí el acento de seguridad y fuerza que impresiona en los Ejercicios”[7].

El punto culminante de esta “enseñanza” divina, es de la eximia ilustración del Cardoner, que –en frase del P. Leturia- “equivalió para él a una completa regeneración espiritual[8]. Escribía al respecto el mismo Santo:

A su luz “le parecían todas las cosas nuevas…, como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto… De manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios; y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto como de aquella vez sola”[9].

Por otra parte, recordando que en Manresa fue San Ignacio agraciado repetidas veces con la vista de la Santísima Virgen y que, mientras redactaba las Constituciones, le asistió también la Virgen con su reiterada presencia, no parece temerario suponer una amorosa y providencial asistencia de la Madre de Dios en el origen de los Ejercicios.

 

2 – Fin y método de los Ejercicios Espirituales

Afirma el P. Casanovas, gran comentador de este método ignaciano que “todo el valor de los Ejercicios de San Ignacio, su influencia en la vida de la Iglesia católica y su misma razón de ser, se deben por entero a las relaciones que tienen con la Santidad”. San Ignacio quiere la perfección del alma, su “salud” (n.1 de los Ejercicios), que pueda desarrollarse la semilla de la gracia mediante el recto y normal desenvolvimiento de sus funciones espirituales, de modo que el alma pueda “en todo amar y servir a su Divina Majestad” (n.233). “Y el mayor elogio que puede hacerse de una cosa o persona es poder decir de ella, que influye eficazmente en la santidad, puesto que no hay perfección superior a ella ni en los hombres, ni en los Ángeles, ni aun en el mismo Dios. Es la cosa de más valor de cuantas existen en el mundo y es, en cierto sentido, el fin adonde endereza Dios todas las demás cosas”.

Y San Ignacio nos dio en los Ejercicios “un método práctico para saber vivir la santidad en su grado más perfecto, enseña la santidad pura y total, sacándola de la doctrina y de los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo…”; “llega a compendiar la ascética evangélica cabal y eficazmente, asentándola en las leyes eternas del mundo moral y elevándola hasta la unión vital con Jesucristo y aun con la divinidad misma”[10].

Y puesto que a la santidad está llamado todo Cristiano[11], se presupone que, quien dedica un tiempo al retiro y a la oración, ha decidido seriamente seguir este deseo que Dios tiene para todos. Por lo cual tendrá que buscar aquel medio que lo lleve con mayor eficacia a su fin, o sea a Dios mismo.

Pero como el hablar de que los Ejercicios buscan llevar a la santidad es algo un poco general, que cabe para numerosas actividades de este tipo, precisemos entonces de qué manera S. Ignacio intenta santificar al ejercitante.

Podría decirse que se puede resumir el método de los Ejercicios en lo que viene a ser el título y la explicación del mismo librito: “Exercicios spirituales para vencer a si mismo y ordenar su vida, sin determinarse por affeccion alguna que desordenada sea” (n.21).

Esto es lo que procura S. Ignacio en todo el libro de los Ejercicios: que el hombre se esfuerce en ordenar su propia vida según el proyecto de Dios. Para lo cual es indispensable librarse de toda “afección desordenada”, es decir, de todos aquellos amores que no están ordenados a Dios como fin. Ya que es muy difícil conocer y hacer la voluntad de Dios si uno no está dispuesto a renunciar a la suya en todo aquello que ésta tenga de malo o desordenado.

Este conocer y querer cumplir la voluntad de Dios, llevará al ejercitante a planificar su vida y a tomar decisiones importantes de acuerdo al beneplácito divino. Por este motivo es que no pocos haciendo Ejercicios Espirituales, llegan a conocer y a seguir la voluntad de Dios respecto de su vocación. De aquí que, si bien el discernimiento de la vocación no es el fin principal de los Ejercicios, sin embargo son un método, me atrevo a decir casi infalible, de discernimiento vocacional para quien busque a Dios con rectitud de corazón.

Confirme y perfeccione nuestras palabras sobre el fin y el método del los Ejercicios, lo referido por el Santo Padre hace algunos años atrás:

“… ya que los Ejercicios son un conjunto de meditaciones y oraciones en atmósfera de recogimiento y de silencio, y sobre todo un particular impulso interior -suscitado por el Espíritu Santo- para abrir amplios espacios en el alma a la acción de la gracia.

El cristiano con el fuerte dinamismo de los Ejercicios es ayudado a entrar en el ámbito de los pensamientos de Dios, de sus designios para confiarse a El, Verdad y Amor, así como para tomar decisiones comprometidas en el seguimiento de Cristo, midiendo claramente sus dones y las responsabilidades propias”[12].

A tener en cuenta por el ejercitante será que, además de su empeño en hacer los Ejercicios, no de poca importancia es la fidelidad que el predicador tenga a las directivas trazadas por San Ignacio en el pequeño librito. Decía Pablo VI al respecto:

“De los variados laudables métodos para conducir retiros de laicos, el método basado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola es, desde su aprobación por el Papa Paulo III en 1548, el más ampliamente usado. Sin embargo, los directores de retiros, nunca deben dejar de profundizar en su comprensión de las riquezas doctrinales y espirituales del texto ignaciano.

“ (…) Sería un error diluir los Ejercicios del retiro con innovaciones que (…)  reducirían la eficacia de un retiro cerrado. Estas actividades, como dinámicas de grupo, discusiones religiosas y seminarios sobre sociología religiosa, tienen su lugar en la Iglesia, pero ese lugar no está en un retiro cerrado, en el cual el alma, a solas con Dios, generosamente se abre al encuentro con El y es maravillosamente fortalecida e iluminada”[13].

  

3- Excepcional eficacia e influjo de los Ejercicios Espirituales

“Las páginas inefablemente simples”[14] de los Ejercicios Espirituales pertenecen a la categoría de los pocos libros que, como la Imitación de Cristo y las Visitas de San Alfonso María de Ligorio, han trascendido a toda clase de fieles y siguen influyendo continuamente en la espiritualidad de millones de almas.

Ha adquirido este libro una difusión que apenas se da en otra obra ascética. Solo o acompañado de comentarios o explanaciones se ha publicado más de 4.800 veces y se ha traducido a más de 19 lenguas, entre ellas al azteca, danés, malgache, tamul, vasco. Y a mediados del siglo pasado se podía calcular el número de ejemplares a un mínimo de cuatro millones.

Sin embargo estas cifras verdaderamente gigantescas no tocan al aspecto más fecundo del libro ignaciano: a la práctica continuada, ya que lo que le ha dado renombre universal y la ha hecho como carta de ciudadanía dentro de la Iglesia no ha sido tanto el volumen escrito cuanto la práctica continuada del método descrito en sus páginas. Para poner un ejemplo, en 1949, según una estadística de la Congregación de Religiosos, los que practicaron alguna clase de ejercitaciones o misiones siguiendo este método bajo la dirección de religiosos fueron 7.030.141. Y se sabe que los sacerdotes seculares también habían dirigido ese año gran cantidad de tandas.

Estos datos, necesariamente imperfectos, dan sólo una idea de la extensión que ha adquirido el influjo de ese pequeño librito. Pero es necesario hacer notar que su verdadera acción se realiza más bien en sentido de profundidad. Es una revolución interna la que obra en cada alma. Su repercusión más íntima escapa a la historia, al control de los datos.

San Francisco de Sales, muerto en  1622, decía que el libro ignaciano había ya operado más conversiones que letras contiene, ¡qué se debería decir el día de hoy, al cabo de más de cuatro siglos, en los que no ha cesado de producir “grandes frutos de santidad”[15].

De Causette bellamente había dicho: “Los Ejercicios son uno de los libros más venerables salidos de manos de hombres porque si la Imitación de Cristo ha enjugado más lágrimas, los Ejercicios han producido más conversiones y más santos”[16].

Y esta acertada frase puede corroborarse dando un vistazo a las canonizaciones de estos últimos siglos. Comenzando por el patrono de las misiones, San Francisco Javier,  quien se convirtió oyendo los Ejercicios de boca del mismo San Ignacio, son innumerables los santos que se han valido de este método para alcanzar las cumbres de la vida espiritual; por citar a algunos: Alonso Rodríguez,  Francisco de Borja, Isaac Jogues, Juan del Castillo, Luis Gonzaga, Pablo Miki, Roberto Belarmino, Roque González; beatos: Alberto Hurtado, Miguel Agustín Pro, José de Anchieta.

A la luz de estos datos y consideraciones sobre el excepcional influjo ejercido por los ejercicios, no parecerían exagerados los testimonios, verdaderamente extraordinarios, que han ido dejando personas de las más variadas condiciones y tiempos.

Tal vez el más importante y significativo de todos, por el rango que quien procede y por lo trascendental de su contenido, sea el estampado por León XIII y repetido y refrendado por Pío XI; adelantándonos al punto siguiente, transcribimos estas palabras dadas por el magisterio: “en esta palestra habían adquirido o amplificado sus virtudes todos los que han florecido mucho en doctrina ascética o en santidad de vida en los últimos cuatro siglos”[17].

El propio San Ignacio, tan enemigo de vanas ponderaciones, hizo, con epítetos excepcionalmente significativos, la apología más excelsa de su método. Transcribimos sólo un párrafo de lo que escribiera a su confesor de París, el Dr. Miona:

Los Ejercicios son “son todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos”[18]

Después de cuanto llevamos dicho, no parecerá exagerado el que un teólogo e historiador protestante, Heinrich Bömer, haya llegado a decir que este pequeño y sencillo libro pertenece a los libros que han marcado el destino de la humanidad[19], y que un escritor húngaro tan poco católico como Fülöp-Miller escriba que “ninguna otra obra de la literatura católica se le puede comparar en cuanto a la influencia histórica ejercida. La fuerza conquistadora de los ejercicios trascendió pronto a toda  la Iglesia católica”[20].

Por su parte, el eminente historiador alemán Janssen afirma:

“Este pequeño libro, considerado por los mismos protestantes como una obra maestra de psicología de primer orden, ha sido para el pueblo alemán, para la historia de su fe y de su civilización, uno de los escritos más importantes de los tiempos modernos… Ha ejercido una influencia tan extraordinaria sobre las almas, que ningún otro libro se le puede comparar[21]

Podríamos seguir acumulando testimonios al respecto, pero estimando que con lo expuesto alcanza para el fin que nos propusimos, agregamos sólo un testimonio, a modo de sentimiento personal de un ejercitante, un obrero de 23 años:

“Al llegar a mi casa y abrazar a mi madre, le diré: Aquella felicidad de que os hablaba, ya la he hallado. Soy feliz. Lo digo con voz fuerte. Lo que el mundo no me podía dar, en la casa de ejercicios me lo han dado en cinco días. Soy feliz”

  

4- Actitud de la Iglesia ante los Ejercicios Espirituales

La misma Iglesia ha querido corroborar solemnemente los testimonios de sus hijos. No podía quedar al margen de un movimiento tan universal, de un medio tan afanosamente empleado por los mejores de sus hijos en los momentos más decisivos de su vida.

En el año 1548 el joven duque de Gandía (España), Francisco de Borja, nieto de Alejandro VI, presenta al Pontífice Paulo III una petición singular: la aprobación pontificia de un librillo de Ejercicios Espirituales, escrito por Ignacio de Loyola, General y Fundador de la Compañía de Jesús, que el mismo Papa había aprobado ocho años antes.

El Papa, luego de hacer las averiguaciones pertinentes, respondió con el solemne documento Pastoralis Officii, que firmó el 31 de julio de 1548:

“Habiendo examinado dichos Ejercicios y oído también testimonios y relaciones favorables […], hemos comprobado que dichos Ejercicios están llenos de piedad y santidad, y son y serán muy útiles para el progreso espiritual de los fieles. Además, no podemos por menos de reconocer que Ignacio y la Compañía por él fundada van recogiendo frutos abundantes de bien en toda la Iglesia; y de ello mucho mérito hay que atribuir a los Ejercicios Espirituales. Por ello […] exhortamos a los fieles de ambos sexos, en todos las partes del mundo, a que se valgan de los beneficios de estos Ejercicios y se dejen plasmar por ellos”.

A esta primera aprobación solemne de Paulo III, siguieron otras tantas a través de los siglos, siendo hoy en día más de seiscientas las sucesivas aprobaciones, exhortaciones o recomendaciones de los Ejercicios que a lo largo de más de cuatro siglos ha ido dando la Iglesia con sus solicitud amorosa y maternal.

Queremos aquí detenernos en el alcance de una de las más decisivas, la constitución apostólica en forma de bula solemne Summorum Pontificum, del 25 de julio de 1922, en la cual Pío XI declara a San Ignacio patrono de todos los Ejercicios Espirituales, de las casas y obras dedicadas a ellos. El Sumo Pontífice con tal acto había accedido no sólo a sus más fervientes anhelos, sino a las apremiantes peticiones de 29 cardenales, 122 arzobispos, 497 obispos y 20 prefectos apostólicos; en total 668 jerarcas de la Iglesia, cifra excepcional en esta clase de actos.

Con este patronazgo concedía Pío XI una clara primacía a San Ignacio en una parcela tan importante de la espiritualidad. El cardenal Pla y Deniel cree ver un paralelismo innegable entre esta preferencia dada al autor del libro de los Ejercicios y la otorgada por León XIII a Santo Tomás en el campo de la teología y la filosofía. Como Santo Tomás ejerce un “doctorado universal” sobre la ciencia eclesiástica, así San Ignacio debe ser, según el mismo Pontífice, el faro luminoso que guíe a las almas en el sendero de la perfección. Los principios generales del Doctor Angélico son los goznes sobre los que gira la teología católica. Las leyes reguladoras del penitente de Manresa han de formular también “el código sapientísimo  y universal” de las normas de la dirección de las almas[22].

Se puede, pues, con toda justicia, citando un artículo sobre este tema, hablar de “una especie de implícito doctorado”. “Porque los Ejercicios gozan ya de prerrogativas afines a la que poseen los doctores de la Iglesia, en cuanto las atribuciones de una persona se pueden aplicar a un libro y a una práctica”[23].

La primera prerrogativa, “santidad eximia reconocida por la Iglesia”. ¿Quién podrá enumerar las muestras que han dado los Pontífices de la santidad encerrada en unos Ejercicios que no han cesado de llamar “piadosos”, “sumamente saludables”, “instrumento muy provechoso de santidad”, “colmados de vida cristiana”, “precioso don divino”?

El segundo elemento, “la ortodoxia en la doctrina”. Esta es tal que, “en virtud de un cúmulo tal de fehacientes y reiteradas aprobaciones y recomendaciones, el improbarla merecería la censura teológica de los que impugnan una doctrina tenida por los teólogos como católica”.

Más aún, “Creemos que no es aventurado afirmar que nos encontramos delante de un caso en que al magisterio ejercido por la Iglesia se incluye también la suprema nota de la función docente de la Iglesia, la nota de la infalibilidad”.

La tercera nota requerida para el doctorado es que su ciencia haya sido eminente, y su influjo considerable. Bastante hemos hablado de este punto, por lo cual nos limitamos a citar una vigorosa frase de Pío XI en que se sintetiza el caudal de ciencia que contiene el método ignaciano. “Son los Ejercicios de San Ignacio-dice el inmortal Pontífice- el más sabio y universal código espiritual para dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección, fuente inexhausta de piedad a la vez eximia y muy sólida[24].

No se podía pedir prueba más explícita y contundente de la ciencia espiritual contenida en el manual ignaciano.

Y como Madre que es, la Santa Iglesia no se cansa de exhortar, aún en  estos tiempos, a sus hijos a que se aprovechen de este manantial de gracias; así escribía en 1965 Pablo VI,  alumno de jesuitas:

”Sabemos que la predicación más eficaz es precisamente la de los Ejercicios Espirituales”… “Debemos difundir esta fuente de salvación y de energía espiritual, debemos hacerla accesible a todas las categorías”.

Y el mismo Juan Pablo II nos enseña hablando de los Ejercicios:

“Espero que (…) sacerdotes, religiosos y laicos continúen siendo fieles a esta experiencia y le den incremento: hago esta invitación a todos los que buscan sinceramente la verdad. La escuela de los Ejercicios Espirituales sea siempre un remedio eficaz para el mal del hombre moderno arrastrado por el torbellino de las vicisitudes humanas a vivir fuera de sí, excesivamente absorbido por las cosas exteriores; sea fragua de hombres nuevos, de cristianos auténticos, de apóstoles comprometidos. Es el deseo que confío a la intercesión de la Virgen, la contemplativa por excelencia, la maestra sabia de los Ejercicios Espirituales[25].

P. Gustavo Lombardo, I.V.E

 

[1] Revista Diálogo 37, año 2004

[2] P. Leonardo Castellani, Homilía de la fiesta de San Ignacio (31 de julio)

[3] Antiguo Oficio litúrgico del 31 de julio, lección 4ª.

[4] A. Astráin, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España t.1 (Madrid 1912) 2ª ed. p.160.

[5] Sumario n.23, Monumenta Histórica S.I., Fontes narr. I p. 163. Las mismas palabras “haber enseñado Dios” usó el P. Ribadeneira en Madrid en 1595 (MHSI, Script. I 159)

[6] Autobiografía n.27; MHSI Fontes narr. I p.400.

[7] Dudon, S. Ignace apéndice 11 p.627

[8] P. de Leturia, Estudios ignacianos II 14.

[9] Autobiografía n.30; MHSI Fontes narr. I p.404.

[10] Casanovas, Comentario y Explanación de los Ejercicios., vol.1 p. 29.35

[11] “Todos los fieles cristianos, por tanto, están invitados y obligados a procurar conseguir la santidad y perfección de su propio estado” CVII, Constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”n.42

[12] Juan Pablo II, Angelus del 16/12/1979, en L’Ossevatore Romano, ed. española, 23/12/1979

[13] Pablo VI, Carta al Card. Cushing, 25 de julio de 1969

[14] De Causette, Mélanges oratoires (París 1876) I p.225

[15] Palabras de Pío XI en la encíclica Mens nostra, 20 de diciembre de 1929. C. Marín, Enchiridion p.461.

[16] De Causette, Mélages oratoires I p.455

[17] “Mens Nostra” Marín, Enchiridion p.463.

[18] MHSI, Epist. S. Ign. I 112

[19] H. Boehmer, Die Jesuiten (Leipzig 1907) p.18.

[20] R. Fülöp-Miller, Match und Géhinis der Jesuiten (Berlín 1929) p.31.

[21] Janssen, L’Allemagne et la réforme (París 1895) t.4 p.402 y 405.

[22] Ideas de la carta pastoral sobre ejercicios publicada por el cardenal Pla y Deniel cuando era obispo de Salamanca.

[23] Tomado de un artículo en HechD 23 (1948) 462, las siguientes citas -sin referencia- han sido tomadas de este artículo.

[24] Encíclica Mens Nostra. Marin, Enchiridion p.462.

[25] Juan Pablo II, Angelus del 16/12/1979, en L’Ossevatore Romano, ed. española, 23/12/1979

 

 

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