Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi, IVE

(Monasterio «Beato Charles de Foucauld», La Marsa, Túnez)

«Cuando aparezca una imagen cualquiera,
no se ha de ceder al temor, sino que con confianza
se ha de preguntar primeramente:
“¿tú quién eres y de dónde vienes?”.
Si es una visión de santos, te tranquilizarán
y convertirán tu miedo en alegría.
Por el contrario, si es un ser diabólico,
al momento perderá su poder al ver un pensamiento fortalecido,
pues la pregunta “¿tú quién eres y de dónde vienes?”,
es señal de un corazón no turbado».
(San Atanasio, Vida de Antonio, 43, 1-3)

Uno de los textos más importantes en toda la tradición patrística, e incluso en toda la tradición cristiana, respecto de la discreción de los movimientos en el alma, lo constituyen los largos discursos que reporta, de labios de san Antonio, su discípulo san Atanasio. En ellos «se nos dan por vez primera, o una de las primeras, una serie de reglas fundamentales para el discernimiento de espíritus, que será con el tiempo la gran sabiduría del desierto cristiano»[1]. En uno de los pasajes de esas largas alocuciones, que componen gran parte de la célebre Vita Antonii, se hace esta advertencia:

«Lo primero que debemos saber es que los demonios no han sido creados tal como se entiende el nombre de demonio, pues Dios no ha creado nada malo. Fueron creados buenos, pero separándose de la sabiduría celeste y yendo y viniendo sobre la tierra, engañaron a los griegos con sus imágenes. Envidiosos de nosotros los cristianos, remueven todo deseando impedirnos subir al cielo, para que no alcancemos el lugar del que ellos cayeron. Por tanto, son necesarias la oración continua y la ascesis, para que aquel que recibe por obra del Espíritu el don del discernimiento de espíritus, pueda saber qué maquinan los demonios, cuáles de ellos son menos malvados y cuáles más, por qué tipo de actividad se interesa cada uno y como puede ser rechazado y alejado»[2].

En efecto, desde sus orígenes la Iglesia ha comprendido que no todo lo que sucede en nuestra alma es movido por Dios, sino que también el demonio, externamente pero en múltiples modos, y nuestra propia naturaleza, internamente con sus inclinaciones propias, son causas de intenciones y deseos que quieren ser llevados a la acción. Es preciso, pues, discernir cuidadosamente de donde provengan los movimientos, o «espíritus», que nos impelen a obrar en cualquier circunstancia, para acertar en las decisiones. Por lo que advierte san Juan: «Carissimi, nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si ex Deo sint»[3]. Los criterios que nos ayudan a realizar este discernimiento forman la más caudalosa enseñanza de los maestros espirituales de todas las épocas; y la cualidad de ponerlos por obra, iluminándose a sí y a otros, lo cual es un verdadero «arte»[4], distingue a los auténticos guías del espíritu.

Particularmente necesario, en este campo, se presenta el ajustado discernimiento de las mociones que el demonio nos pone con el embozo de una cierta buena intención, abusando de nuestro fervor o rectitud, y proponiéndonos sus obras «con el pretexto de algún provecho y bien»[5]. Ya el apóstol san Pablo refería que hay algunos falsos apóstoles que se comportan como operarios engañosos, «transfigurantes se in apostolos Christi», lo cual, dice, no es de extrañar, «ipse enim Satanas transfigurat se in angelum lucis»[6]. La espiritualidad cristiana ha tomado esta expresión paulina para designar aquellas tentaciones en las que el demonio presenta sus argucias al alma, por lo general ya aprovechante en la vida de la caridad, con el traje de objetos de virtud, entendiendo que, por su ya relativamente buena condición, este es un modo más apto para engañarla que la proposición directa del pecado[7]. Para no errar en el empeño de santificación, urge conocer con certeza esta manera de obrar del enemigo, y los medios adecuados para distinguirla y contrarrestarla. Porque, aunque aconseje virtud, jamás ha de seguirse la recomendación del demonio, si no se quiere quedar luego entrampado en sus lazos, tal como señala santo Tomas cuando comenta el citado texto de san Pablo:

«Ha de notarse que algunas veces Satanás se trasfigura visiblemente, como hizo ante san Martín, con el objeto de engañarlo, y de hecho, de esta manera ha engañado a muchos. Para estos casos sirve, y es incluso necesaria, la discreción de espíritus, que Dios concedió de manera especial a san Antonio. Puede conocerse, por otra parte, que sea Satanás, puesto que el ángel bueno desde el inicio exhorta a cosas buenas, y persevera en esta exhortación; el malo, en cambio, pretexta buenas intenciones al inicio, pero queriendo luego satisfacer su deseo e intento, que es engañar, induce e instiga, finalmente, a lo malo»[8].

*  *  *

San Ignacio de Loyola, en su Libro de los Ejercicios Espirituales, ofrece, en consonancia con la tradición bíblica y patrística, y en la misma línea de la explicación tomista, una serie de normas que son definitivas para discernir y confutar este tipo de engaños del demonio de que vamos hablando. Particularmente se aplican a estos casos las Reglas de discernimiento que «conducen más para la segunda semana» de los Ejercicios[9]. El hecho de ser pensadas para quienes están ya en la segunda semana deja ver que éstas son consideradas tentaciones que acaecen, por norma general, en aquellos que ya han logrado una cierta victoria contra el pecado, y «tienen mucho deseo de pasar adelante» en el servicio de su divina Majestad[10]. Es, por tanto, un engaño bien propio de la vía iluminativa, es decir, del estado de los aprovechados, lo cual no quiere decir que no pueda sufrirse en otros estadios de la vida espiritual ni tampoco que los aprovechados solamente sean tentados de esta manera: «… comúnmente» –explica el propio san Ignacio– «el enemigo de natura humana tienta más debaxo de especie de bien, quando la persona se exercita en la vida illuminativa, que corresponde a los exercicios de la 2ª semana»[11]. Esto nos da ya un indicio de cómo van a ser la humildad y la obediencia, virtudes características de esta vía de crecimiento espiritual, las armas más apropiadas para ejercitarse contra el demonio de las falsas buenas intenciones[12].

El texto ignaciano tiene un fundamento muy claro, que es el efecto de las acciones de Dios, del buen ángel y del malo, expuesto en la primera de las reglas:

«… proprio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce; del qual es proprio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y assiduas falacias»[13].

Se sigue de esta primera aproximación, fundamental para el resto de las normas, que el fruto de cualquier obra del enemigo en el alma fiel es la tristeza y la turbación, que se originan por la confusión y el desorden de la operación propuesta, aunque –como dirá luego san Ignacio– ésta sea una obra de aparente virtud. La turbación y la tristeza son el primer elemento de discernimiento de toda obra diabólica, porque son inherentes a su intención irrenunciable, que es volver las voluntades sobre sí, apartándolas de su verdadero fin y orden.

«Cierto, podrá suceder» –señala un autor– «que naturalmente el padre de la mentira, como nuestro Señor llamó al demonio (Jn 8, 44), quia mendax est et pater mendacii, se transfigure en Ángel de luz, y, por consiguiente, que las primeras impresiones de la sugestión diabólica no hagan pensar en que es tentación. Pero la acción diabólica, por secreta y taimada que sea, no puede secundar los efectos de la divina gracia, que en cuanto los secunda ya no es tentación, y así por necesidad de la mala condición del demonio tentador se ha de manifestar pronto su influjo como contrario en nosotros a la acción del divino Espíritu, yendo contra la consolación espiritual que nos infunden Dios y sus ángeles»[14].

En la cuarta de las reglas, san Ignacio toca de lleno el modo de tentarnos del enemigo de la natura humana bajo apariencia de bien. Lo describe de esta manera:

«… proprio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y sanctos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones»[15].

El objeto que nos presenta el demonio en estas tentaciones es, como se ve, una cosa buena en sí, y conforme a la virtud: «pensamientos buenos y sanctos». En esto consiste su peculiar peligro. Sin embargo, san Ignacio hace notar dos características que delatan siempre la presencia del verdadero autor de la proposición engañosa, a saber, la confusión del discurso de la razón y el desarreglo de la intención a que la obra se ordena: «sus engaños cubiertos y perversas intenciones». La tristeza y la turbación son efectos de estas dos características de la acción diabólica.

Ya en la primera regla había mencionado san Ignacio las «razones aparentes, sotilezas y assiduas falacias» con que el demonio enturbia el ojo de la razón: «Bastará llamar la atención sobre la misma multiplicidad de palabras semejantes, para hacer caer en la cuenta de la multiplicidad de pensamientos que a menudo encontrará uno en su conciencia en el momento de la tentación»[16]. San Atanasio dice que el demonio, apenas san Antonio había comenzado su vida de ascesis, «levantó en él una gran polvareda de consideraciones en su mente, deseando apartarlo de su recta decisión»[17]. El propio san Ignacio, de hecho, advierte en la regla siguiente, que el alma debe «mucho advertir el discurso de los pensamientos», con su principio, su medio y su fin, es decir, debe clarificarlo en sus partes, para entender su origen[18]. Y añade en la regla sexta que, si la persona descubre haber sido engañada por el enemigo, le aprovecha

«mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le truxo, y el principio dellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descendir de la suavidad y gozo spiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia conoscida y notada se guarde para delante de sus acostumbrados engaños»[19].

El embrollo mental que acompaña las tentaciones del demonio sub angelo lucis entrampa al alma incauta pero de buena intención, lo cual no ha de hacernos pensar que el «mortal enemigo de nuestra humana natura» no busque, como fin, el que esa buena intención se destruya. Antes bien, el secundar la obra por él propuesta, aunque en sí sea buena o de apariencia buena, denota ya un desorden en la intención del alma, desde el momento en que la confusión del entendimiento no le deja advertirla en toda su implicancia. La proposición del demonio de una obra de virtud siempre está acompañada de la cerrazón sobre sí misma de la persona que la sigue, puesto que la intención del diablo es ya perversa desde el inicio. Es esa desviación de la intención de la obra sobre la propia complacencia lo que la hace en sí oscura y la llena de complicaciones e inquietudes.

San Ignacio, que en su momento había sucumbido a algunas tentaciones del tipo que vamos tratando[20]; completa, de algún modo, sus advertencias al respecto con dos meditaciones que son claves en los Ejercicios y que, además, constituyen el alma de la segunda semana, y que se dirigen efectivamente a discernir los engaños del demonio y a rectificar la intención contra todo afecto que pudiese servirle al enemigo de baza contra nosotros y nuestro propósito de santidad. Son las meditaciones llamadas «de dos banderas»[21] y «de tres binarios de hombres»[22]. En concreto, el ejercicio de las dos banderas se ordena, en parte, a «pedir conoscimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me guardar»[23]; el de los binarios, en cambio, nos manda «pedir gracia para eligir lo que más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea»[24]. Sobre esto, y especialmente a vista de la táctica de Satanás que nos presenta san Ignacio, dice un comentarista:

«Con razón recela el Santo de las mañas del enemigo y de la ignorancia y flaqueza nuestra con que secretamente se nos cuela lo más fino del amor propio hasta en el servicio mismo de Dios, que est via quæ videtur homini recta et novissima ejus ducunt ad mortem (Prov 16, 25), y so color de servicio, honra y amor de Dios, podemos buscar tal vez inconscientemente al principio, pero con peligro de buscarlo después a sabiendas, nuestro servicio, honra y amor apacentado con lo espiritual más mortíferamente en definitiva que cuando nos atacaba abiertamente en lo temporal.

¿Cómo previene, pues, el Santo al alma contra estos engaños? Descubriéndola en esta meditación las materias en que más fácilmente se ocultan sus tramas, los fines inmediatos a que tiende, sus modos de insinuarse y de tratarla y los efectos que en el ánima producen sus sugestiones por buenas que parezcan. Así advertida y prevenida por la materia en que anda, por el fin a que tiende, por el modo que guarda y por el fruto que en sus disposiciones y resoluciones deja cada moción, podrá el alma conocer o al menos barruntar cuándo y hasta qué punto intenta meterla sus engaños el enemigo de natura humana»[25].

*  *  *

En los escritos de san Juan de la Cruz, «el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios»[26], hay doctrina también relativa a las tentaciones de que vamos tratando, y las recomendaciones que el Doctor Místico da vienen a completar, principalmente con el recurso a la obediencia; y a explicitar, por medio de una exhortación más directa a las virtudes sacrificiales; la doctrina ignaciana que hemos mencionado. Es muy seguro que san Juan de la Cruz haya conocido el texto de los Ejercicios, puesto que se educó en Humanidades con los jesuitas en Medina del Campo, donde tuvo como maestros, entre otros, a los padres Gaspar Astete y Juan Bonifacio[27]. Las Reglas de discernimiento ignacianas no le eran, pues, extrañas, aunque no las mencione en ningún pasaje de sus obras.

Las enseñanzas que él, de su parte, aporta, hacen referencia directa a la confusión de entendimiento que se crea en los engaños del demonio con apariencia de bien, y a la intención torcida, que se vuelve sobre sí. Los remedios que da para discernir y luchar en estos casos son, de hecho, la obediencia (que ilumina la obra) y la cruz, que se manifiesta en la humildad y la mortificación (que rectifican la intención).

San Juan de la Cruz dice del demonio que «es el más fuerte y astuto enemigo»[28]. Casi 100 veces utiliza en sus escritos el verbo «engañar» y, salvo algunas excepciones, lo aplica siempre al diablo, casi como su oficio y actividad propia[29]. Estos engaños del enemigo se dan también bajo capa de obras buenas, o de nuevas verdades, diferentemente reveladas: «… porque el demonio, para ir engañando y ingiriendo mentiras, primero ceba con verdades y cosas verosímiles para asegurar y luego ir engañando»[30].

Al comentar la canción del Cántico espiritual que dice:

«Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras»[31];

explica el santo que Dios se da a quien lo busca esforzadamente y «por la obra, por no se quedar sin hallarle. Como muchos que no querrían que le costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por Él no quieren hacer casi cosa que les cueste algo»[32]. E incluye como parte fundamental de esa «obra» que ha de hacerse en la búsqueda de Dios, el enfrentamiento contra fieras, fuertes y fronteras, que son imágenes de los enemigos del alma, y están ahí «haciéndole amenazas y fieros» para dificultarle el camino[33]. Allí llama a los demonios, fuertes, por la grande fuerza que emplean contra el alma «y porque también sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne», y da como remedios, aludiendo citas de la Escritura, la oración y la cruz, en la cual están la humildad y la mortificación, porque «el alma que hubiere de vencer su fortaleza no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad»[34].

Más particular, a nuestro objeto, es un texto de las Cautelas, dirigido específicamente a religiosos, para prevenirles contra el mundo (3 cautelas), contra el demonio (3 cautelas) y contra la propia sensualidad (3 cautelas). En los consejos referidos a la lucha contra el demonio, el remedio que se daba en el Cántico: oración y cruz, por humildad y mortificación; se especifica en la práctica de la obediencia (santo Tomás dice, de hecho, que la obediencia es el «modo de la humillación y el signo de la humildad»[35]). La obediencia adquiere un rol fundamental para clarificar los engaños del demonio y no sucumbir a ellos, especialmente cuando los propone haciendo creer que propone algo bueno, ya que «entre las muchas astucias de que el demonio usa para engañar a los espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de especie de bien y no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán. Y así siempre te has de recelar de lo que parece bueno, mayormente cuando no interviene obediencia»[36]. El texto es de claridad meridiana:

«… jamás, fuera de lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena que parezca y llena de caridad, ahora para ti, ahora para otro cualquiera de dentro y fuera de casa, sin orden de obediencia. Ganarás en esto mérito y seguridad, excúsaste de propiedad y huyes el daño y daños que no sabes, de que te pedirá Dios cuenta en su tiempo. Y si esto no guardas en lo poco y en lo mucho, aunque más te parezca que aciertas, no podrás dejar de ser engañado del demonio o en poco o en mucho. Aunque no sea más que no regirte en todo por obediencia, ya yerras culpablemente; pues Dios más quiere obediencia que sacrificios (1Re 15, 22), y las acciones del religioso no son suyas, sino de la obediencia, y si las sacare de ella, se las pedirán como perdidas»[37].

Las otras cautelas «derechamente contra el demonio» no tratan directamente del tema que nos ocupa, pero se puede mencionar que en ellas se refuerza la importancia de la humildad y de la caridad para entender y confutar los engaños del maligno. Sí hay una ulterior indicación en el escrito titulado Avisos a un religioso para alcanzar la perfección. Allí san Juan de la Cruz explicita las disposiciones de quien no quiere ser engañado. El texto puede servir de contrapeso a cualquier tentación, porque es una guía práctica de comportamiento religioso y cristiano:

«Para obrar lo tercero, que es ejercicio de virtudes, le conviene tener constancia en obrar las cosas de su Religión y de la obediencia, sin ningún respeto del mundo, sino solamente por Dios. Y para hacer esto así y sin engaño, nunca ponga los ojos en el gusto o disgusto que se le ofrece en la obra para hacerla o dejarla de hacer, sino a la razón que hay de hacerla por Dios. Y así, ha de hacer todas las cosas, sabrosas o desabridas, con ese solo fin de servir a Dios con ellas.

Y para obrar fuertemente y con esta constancia y salir presto a la luz con las virtudes, tenga siempre cuidado de inclinarse más a lo dificultoso que a lo fácil, a lo áspero que a lo suave y a lo penoso de la obra y desabrido que a lo sabroso y gustoso de ella, y no andar escogiendo lo que es menos cruz, pues es carga liviana; y cuánto más carga, más leve es llevada por Dios. Procure también siempre que los hermanos sean preferidos a él en todas las comodidades, poniéndose siempre en más bajo lugar, y esto muy de corazón, porque éste es el modo de ser mayor en lo espiritual, como nos dice Dios en su Evangelio: Qui se humiliaverit, exaltabitur (Lc 14, 11)»[38].

*  *  *

Y es que, al fin, por más cuidado que esté el embuste de Satanás, muchos más eficaces son los medios que nos proporciona la gracia, con los cuales podemos iluminar y rectificar nuestra alma, humillándola y sometiéndola, para que la «cola serpentina»[39] del enemigo de la natura humana quede puesta de manifiesto, ya que «ni hay demonio transfigurado en ángel de luz que, bien mirado, no se eche de ver quien es»[40]. La manifestación humilde de los engaños sufridos y de las obras particulares al director espiritual, confesor, superior, o persona prudente y autorizada, ya es una derrota del diablo «porque collige que no podrá salir con su malicia commenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos»[41]. El trabajo por ordenarse y vencerse, no buscando sino la gloria y el servicio de Dios nuestro Señor, y la participación de la cruz en que nos redimió, representan ya la victoria definitiva, pero han de hacerse con seriedad y limpieza de alma, «porque no hay demonio que por su honra no sufra algo»[42]:

«Hace falta que el alma se decida a evitar todo lo que pueda hacerle daño; por eso dice: “Cazadnos las raposas” [CB, estr. 16]. En esta frase, san Juan de la Cruz ha traducido casi literalmente la palabra del Cantar de los Cantares. ¿Cuáles son estas raposas? Esas pequeñas faltas que van apagando el fuego del corazón, entibiando el fervor. Alude a esas faltas la frase de los Cantares: Capite nobis vulpes parvulas, o sea, raposas pequeñas. La palabra raposillas parece que se aplica a las pequeñas faltas cotidianas, pero parece que en el nombre de raposas hay algo como de disimulo, de oculto. Son esas faltas con apariencia de bien; más que nada la falta de pureza de intención. Es lo que más daña nuestra viña. El que el corazón, tal vez por debilidad, tal vez por ignorancia, busque lo que no debe buscar, pues fácilmente el alma se busca a sí misma. Estas intenciones escondidas son las raposas. La rectitud de corazón, la sinceridad en la virtud, y esto unido a una gran fidelidad hasta en las cosas más pequeñas, es la manera de guardar los frutos de la viña»[43].

 

[1] García M. Colombás, El monacato primitivo, BAC, Madrid 20042, 55.

[2] San Atanasio, Vida de Antonio, 22, 1-3, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1994, 57; introducción, traducción y notas de Paloma Rupérez Granados. La obra puede encontrarse en su original griego, y en traducción latina, en Migne, J.-P., Patrologia græca [PG], XXVI, 823-978, D’Amboise, París 1857 (la edición reporta también, en paralelo, el texto latino de Evagrio); el pasaje que cito aquí se encuentra en las col. 875-876.

[3] 1Jn 4, 1: «… no creáis a todo espíritu, sino probad que los espíritus sean de Dios». Algunas versiones del Evangelio de san Lucas reportan este reproche de Jesucristo a los discípulos que le pedían mandar fuego del cielo sobre los poco hospitalarios habitantes de Samaria: «… no sabéis de qué espíritu sois» (Lc 9, 55; cf. The Greek New Testament, Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart 19944, 241).

[4] «ars est artium regimen animarum» (San Gregorio Magno, Regula pastoralis, I, 1; Migne, J.-P., Patrologia latina [PL], LXXVII, 14, D’Amboise, París 1862).

[5] Santa Catalina de Siena, El Diálogo, 44, BAC, Madrid 19963, 130; introducciones y traducción por José Salvador y Conde.

[6] 2Cor 11, 13-14: «… esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo; y no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz».

[7] «Muchas veces, mientras dormimos, nos invitan a orar, y lo hacen continuamente para que apenas podamos dormir. Se disfrazan de monjes y fingen hablar como hombres piadosos, para engañarnos con un aspecto semejante al nuestro y, una vez engañados, llevarnos a donde quieren. Pero no se les debe prestar atención, ni aunque nos inviten a la oración, o nos aconsejen no comer, o finjan acusaros o reprenderos por aquellas cosas de las que una vez fueron cómplices vuestros; pues no lo hacen por piedad o por amor a la verdad, sino para hacer caer a los ingenuos y para que sea inútil su ascesis» (San Atanasio, Vida de Antonio, 25, 2-4; PG, XXVI, 881-882).

[8] Santo Tomás de Aquino, Super II Ep. B. Pauli ad Corinthios lect., c. XI, l. 3: «Notandum autem est, quod Satanas transfigurat se aliquando visibiliter, sicut beato Martino, ut deciperet eum, et hoc modo multos decepit. Sed ad hoc valet et necessaria est discretio spirituum, quam specialiter Deus contulit beato Antonio. In hoc tamen potest cognosci, quod Satanas sit, quia bonus Angelus in principio hortatur ad bona, et perseverat in eis, sed malus in principio quidem praetendit bona, sed postmodum volens explere desiderium suum, et quod intendit, scilicet decipere, inducit et instigat ad mala».

[9] San Ignacio de Loyola, «Ejercicios Espirituales» [EE], [328-336], en Obras de san Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 19915, 297-299. Las llamadas Reglas de discernimiento son descritas por el santo como «Reglas para en alguna manera sentir y cognoscer las varias mociones que en el ánima se causan» (EE, [313]; Obras de san Ignacio, 293).

[10] Cf. San Ignacio de Loyola, «Directorio autógrafo para dar Ejercicios», c. 2: «Directorio de los Ejercicios de la segunda semana de nuestro Padre Ignacio», n. 14; Obras de san Ignacio, 313.

[11] EE, [10]; Obras de san Ignacio, 223.

De manera un poco más restrictiva considera la aplicación de estas reglas Gallagher, Timothy M., «The discernment of spirits. When do the Second week Rules apply?», en The way, 47/1-2 (2008), 129: «The rules assist this spiritual person to overcome this specific form of deception. The criteria are the following two: the person –one who is “exercising himself in the Illuminative life, wich corresponds to the Exercises of the Second week”; and the form of deception –the enemy is tempting this person “under the appearance of good”».

[12] Cf. Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades de la vida interior, t. II, Palabra, Madrid 19854, 811-812.

[13] EE, [329]; Obras de san Ignacio, 297.

[14] Teixidor, Luis, «La primera de las reglas de discreción de espíritus más propias de la segunda semana», en Manresa 8 (1932), 38.

[15] EE, [332]; Obras de san Ignacio, 298.

[16] Teixidor, L., «La primera de las reglas…», 39-40.

[17] San Atanasio, Vida de Antonio, 5, 3; PG, XXVI, 847-848: «… ingentem in mente ipsius excitavit cogitationum pulverem ».

[18] «… debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae acaba en alguna cosa mala o distrativa, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (EE, [333]; Obras de san Ignacio, 298).

[19] EE, [334]; Obras de san Ignacio, 298.

[20] Cf. San Ignacio de Loyola, «Autobiografía», c. 3, 26; Obras de san Ignacio, 117. Según Bakker, Leo, Libertad y experiencia. Historia de la redacción de las Reglas de discreción de espíritus en san Ignacio de Loyola, Mensajero-Sal terrae, Bilbao 1995, 106, la narración de cómo venció san Ignacio estas tentaciones bajo apariencia de bien, marca el cambio en el relato de su vida de principiante a su vida de aprovechado.

[21] EE, [136-148]; Obras de san Ignacio, 253-256.

[22] EE, [149-157]; Obras de san Ignacio, 256-257.

[23] EE, [139]; Obras de san Ignacio, 254.

[24] EE, [152]; Obras de san Ignacio, 256.

[25] Hernández, Eusebio, «Esquemas prácticos sobre la meditación de dos banderas», en Manresa 46 (1936), 139.

[26] S. Juan Pablo II, «Homilía en la celebración de la palabra en honor de san Juan de la Cruz», Segovia (4 de noviembre de 1982), n. 3, en Acta Apostolicæ Sedis 75, 1 (1983), 294.

[27] Cf. Crisógono de Jesús, «Vida de san Juan de la Cruz», c. 2, en Vida y obras completas de san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1964, 35-37.

[28] Noche oscura, l. 2, c. 21, 3, en Obras completas de san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 20142, 575.

[29] Cf. Astigarraga, Juan Luis; Borrell, Agustí; Marcos de Lucas, F. Javier [ed.], Concordancias de los escritos de san Juan de la Cruz, Teresianum, Roma 1990, 697-699.

[30] Subida del Monte Carmelo, l. 2, c. 27, 4; Obras de san Juan de la Cruz, 389.

[31] Canciones entre el alma y el esposo [Cántico espiritual] – segunda redacción [CB], canción 3; Obras de san Juan de la Cruz, 735.

[32] CB 3, 2; Obras de san Juan de la Cruz, 754.

[33] Cf. CB 3, 6-10; Obras de san Juan de la Cruz, 756-757.

[34] CB 3, 9; Obras de san Juan de la Cruz, 756-757.

[35] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Carta a los filipenses, c. II, l. 2, 65, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael 2008, 137.

[36] «Instrucción y cautelas de que debe usar el que desea ser verdadero religioso y llegar a la perfección», 10; Obras de san Juan de la Cruz, 183.

[37] «Instrucción y cautelas…», 11; Obras de san Juan de la Cruz, 183-184.

[38] «Cuatro avisos a un religioso para alcanzar la perfección», 5-6; Obras de san Juan de la Cruz, 187-188.

[39] EE, [334]; Obras de san Ignacio, 298.

[40] «Algunos “dictámenes de espíritu” del santo» [recogidos por el p. Eliseo de los Mártires], 22; Obras de san Juan de la Cruz, 179.

[41] EE, [326]; Obras de san Ignacio, 297.

[42] «Censura y parecer que dio el beato Padre sobre el espíritu y modo de proceder en la oración de una religiosa» [Epistolario, 25]; Obras de san Juan de la Cruz, 229.

[43] Obras completas del p. Alfonso Torres, t. VI: «Ejercicios Espirituales 2: La renovación de la vida religiosa», BAC, Madrid 1970, 437-438.

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